9. ¿Ves lo que yo veo?

 Previo: 8. Despedirse

Salí y bajé derecho hasta la oficina de Branka, cerré la puerta detrás de mí y me eché a llorar.

Odio lloriquear. Peor, odio que me vean llorar. Nunca lloré cuando mamá y papá murieron. Ni una sola lágrima. Quise hacerlo. Dios sabe que lo intenté. Pero las lágrimas no brotaban. Sé, objetivamente, que estaba de duelo – posiblemente del más profundo – pero supongo que cada uno llora a su manera. Y mi manera parece no involucrar el llanto.

Así que no sé por qué empecé a llorar en la oficina de Branka. En gran parte ira reprimida. Creo que un sentimiento de miseria – de no sentirme querida o digna de ello – tenía que ver también. Pero la decepción probablemente era lo principal: decepción con Dan, con Ian, pero sobre todo de mí misma. Me costaba creer cuan despistada había llegado a ser en juzgar el carácter de las gente. Parecía que me había dejado llevar por las ilusiones, permitiéndome creer en un sueño. En ese sentido, no era tan diferente al pobre diablo de Dan. (Sobre ese tema, ¿quién hubiera pensado que la etiqueta 'Walter Mitty' resultaría tan apropiada?)

Branka se portó como una maravilla, por supuesto – se me acercó y me envolvió en sus brazos mientras sollozaba convulsivamente sobre su hombro, consolándome con su voz todo el tiempo. Incluso una vez que dejé de llorar, todavía tenía espasmos similares al hipo post trauma. Branka siguió abrazándome. Sospecho que rompimos un récord mundial de abrazos.

Eventualmente me soltó e insistió en que me sentara, sosteniendo todavía mi mano.

‘¿Qué pasó?’

‘Se lo dije.’

‘¿Y – cómo respondió?’

‘¿Qué podía decir? Bueno, no, miento; sí dijo algo: admitió que su esposa no tenía idea de que él estaba en Melbourne. Ella pensaba que estaba en Kuala Lumpur todo este tiempo. Probablemente todavía lo cree.’

‘¡Cuánto lo siento, Justine!’, dijo, apretando mi mano. Siempre sabe cuándo decir lo menos posible. Me alegró que no intentara ofrecerme consuelos falsos. ¿De qué habrían servido? ‘Entonces, ¿qué estará pasando allá afuera?’ preguntó.

‘Vi a Ian entrar después de mí. Imagino que le está diciendo a Dan que recoja sus cosas y se largue de aquí.’

‘Todavía no entiendo. Me caía tan bien. Parecía ser muy buena gente. Decimos ‘dobar’. De buenos sentimientos– ¿sabes?

‘Lo cual demuestra lo equivocados que podemos estar.’ Sonreí a través del ardor y enrojecimiento de mis ojos y añadí: ‘Al menos no fui la única. Me hace sentir mucho mejor. Gracias, Branka.’ Y a mi vez le apreté la mano.

‘¿Será posible que haya alguna explicación?’

‘¡Ay, Branka! ¿En serio? – Ojalá la hubiera. Antes de entrar en su oficina, pasé revista a todos los escenarios posibles. Primero pensé que Ian había plantado evidencia falsa, pero la mayoría de los documentos eran los que yo misma había perforado e introducido en el archivo. Luego pensé que el artículo sobre Kuala Lumpur podría haber sido un error, pero llamé a un contacto que tengo en Dixon y me dijo que él aún no había regresado de Malasia y si en vez quería hablar con Sylvester Cox. Tristemente no, es todo cierto.’


Para los efectos, Branka es como mi tía – una tía eslava cuya existencia desconcía. Una mirada tan dulce, tanta sabiduría, aplomo y elegancia. Cuando la miro, tengo que preguntarme dónde erré. Está casada con un tipo normal, ¡por el amor de Dios! Me refiero, realmente, verdaderamente, absolutamente normal. Se sienta con su esposa y ven juntos ‘Mis reglas de cocina’ e ‘Historias australianas’. Cierto, trabaja hasta tarde y no hace quehaceres. O al menos, no los hace bien ni con frecuencia. Pero corta el césped y arregla cosas por la casa. Le gusta trastear en el cobertizo. Es miembro de un club de ciclismo. Le encantan las películas de Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone. Aparentemente, hasta Steven Seagal todavía le resulta ‘satisfactorio’ (siempre me ha parecido incongruente en cuando a un médico le gustan las películas violentas; por algún motivo me parece contradictorio). Pero no es bebedor, ni mujeriego. Y, lo más importante, NO ESTÁ CASADO CON OTRA PERSONA.

En contraste, cabe considerar a los hombres con los que he salido: brinco de una mala relación derecho a la siguiente. A veces me pregunto si queda algún hombre 'normal' por ahí. Vez tras vez encuentro a uno que parece ser completa- y absolutamente diferente. Pero un día caigo en cuenta de repente y se me hace evidente que son exactamente iguales. Es casi como si hubiera un club de canallas disfrazados. Los disfraces ni siquiera necesitan ser sofisticados; pueden ser del tipo que se compra en la juguetería de K-Mart: bigote y espejuelos falsos.Sin falla, caigo en la trampa. Siempre lo he hecho y probablemente siempre lo haré.

Cuando se ha sido ‘mujer de vida alegre’, te formas la peor impresión de la psique y el lo ego masculino – de verdad que sí. Frágiles, amargados, agresivos y misóginos por un lado; ñoños, miserables, autocompasivos e inútiles por el otro. Con la excepción de algunos clientes discapacitados y ancianos, el resto de mis clientes bien podrían haber compartido el nombre de ‘Quintín, el amarga’o’. Opino que es porque tenían el mismo problema fundamental: el egocentrismo.

Tal vez estoy viendo a todo el género a través de un lente distorsionado, pero el promedio de hombres en el grupo de los ‘disponibles’ no me parecen tan diferentes. Al menos en este momento. El problema es que soy una romántica total e incurable. No quiero creer que las cosas son así. E, inevitablemente, vuelvo a caer en lo mismo.

Creo que eso es lo que más me ha dolido sobre Dan: pensé que había encontrado a un hombre ‘genuino’. Por fin me sentí atraída a alguien ‘bueno’: no parecía tener aspecto ‘canallesco’ alguno. No había encanto superficial ni otra manipulación diseñada para ocultar una naturaleza egoísta, o eso pensé.

Me encantaba la forma en que creía poder leerlo como un libro y, sin embargo, él parecía no tener idea. ¡Qué estúpida! Resultó ser mucho más astuto de lo que jamás hubiera imaginado. ¡Y pensar que ni siquiera se me ocurrió hacer la pregunta más obvia!: '¿Estás casado/separado/divorciado/saliendo con alguien?' Creí todas sus vaguedades sobre ‘estar cuidando la casa’, otras mujeres siendo ‘agua bajo el puente’, etc., al pie de la letra. Nunca me planteé si estaba huyendo de algo/alguien. Ni siquiera pensé en su 'pasado' – de hecho, asumí que era algo torpe con las mujeres y probablemente no tenía gran experiencia. Entonces, me pareció adorable. Pensé tener ante mí a alguien aparentemente ingenuo, ¡a su edad! Si alguien me hubiera dicho que estaba casado, me habría dejado boquiabierta.

Sólo llegas a conocer a alguien realmente cuando acumulas destellos de sus momentos más vulnerables. Eso sólo se obtiene con el tiempo, y hay que estar pendiente de esos momentos. Dicen más –mucho más– que cualquier fotografía posada, cosa casi inútil, si no bien engañosa. Personas como Ian y Dan lo que hacen es inundarte con ‘fotografías posadas’. Te hacen creer que estás viendo algo real. Pero todo está cuidadosamente orquestado.

En el caso de Ian, es un exceso de encanto masculino: el protector, proveedor, hombre de letras, fuente de validación y cumplidos. Pero detrás de eso se esconde una frialdad, una crueldad que hiela hasta los huesos. Empieza a manifestarse pronto, pero no lo crees porque niegas lo que ves. No quieres que la ilusión se rompa. Y lo dejas continuar por demasiado rato. Cuanto más tiempo pasa, más difícil se vuelve admitir que te han engañado. Lo llaman ‘disonancia cognitiva’, creo.

Resulta que Dan no era tan diferente. El suyo era el tipo de encanto que proviene de la vulnerabilidad. Por supuesto, Ian carecía de alguna. Luego qué novel resultó ser su polo opuesto. Me sentí obligada a cobijar a Dan de forma maternal desde que nos conocimos en Perth.

Pero a medida que las cosas avanzaban, me di cuenta de que no sólo encarnaba el ‘personaje torpe de Danny Kaye’. También era el ‘personaje seguro de sí mismo de Danny Kaye’. Por ejemplo, su peritaje obvio en cuanto a música e ingeniería de sonido (lo cuál resulta pura galimatías para mí). Con eso obviamente se ganó la admiración de Zar de inmediato. Dios sabe que necesitaba, y todavía necesita, a un hombre maduro que le provea un buen ejemplo a seguir, especialmente en este momento de su vida. Dan parecía encajar perfectamente en ese papel – Zar no habría simpatizado para nada con el ‘personaje torpe’.

Luego estaba su gusto por la cocina, que para ser sincera, no es como para chuparse los dedos, pero al menos lo intentaba. Y lo hace con entusiasmo. Además, tengo que admitir que él me da tres patadas en eso de cocinar.

Y, para cerrar con broche de oro, curiosamente la torpeza e inexperiencia también estaba ausente en el dormitorio.

La incongruencia entre Dan, la persona competente, y su lado torpe debería haberme dado una perspectiva holística de él. Supongo que así fue. Pero me limité a ver sólo lo positive. Pasé por alto indicios importantes. Otra vez.

De hecho, todas las señales de peligro estaban ahí. La sra. Chew, por ejemplo, su vecina. La oí claramente llamarlo ‘sr. Pikkeljig’. Pero le resté importancia. Ni siquiera consideré la idea de unir los puntos.

Debo serme justa y admitir que Dan dio muestra de rasgos que, incluso ahora, resultan totalmente inconsistentes con una naturaleza egocéntrica. En particular, su ecuanimidad y consideración ante lo inesperado. Particularmente su reacción cuando Zar se desmayó durante la cena en su casa. Además, su osadía, aunque ridícula, al intentar defenderme de Ian en la vereda de mi casa.

Aún así, todo eso es nada comparado con haberme ocultado, durante casi tres semanas, que estaba casado. Que ni siquiera le había dicho a su esposa que se había mudado a otro estado. Y que se hacía pasar por otra persona: viviendo en su casa, bebiendo su vino, usando su ropa. ¿A quién se le ocurre actuar así?

Si Ian es el arquetípico depredador, Dan es quinta esencialmente un oportunista. He sido engañada por especímenes similares antes, pero nunca en tan rápida secuencia. ¡Y yo que pensaba que estaba llegando a pecar de cínica! ¡Qué me sirva de lección!

Quiero desesperadamente hablar más al respecto con Branka. Específicamente sobre Ian, y su chantaje. Pero a fin de cuentas, Branka no es mi tía. Y aunque sí es mi mejor amiga, sigue siendo mi ‘jefa’. Supongo que no estoy preparada para contarle sobre mi pasado. De hecho, no tengo idea de cómo respondería. Espero que bien. Eso creo. Por otro lado, no puedo estar segura. Y en fin, es asunto mío. A nadie más le incumbe.

Aparte de todo, no veo qué podría hacer Branka, aparte de conmiserar conmigo. Sencillamente, Ian es demasiado poderoso. Debe haber otra manera. ¡Ay, si tan sólo se... hartara...! No sé cómo entender su obsesión. A veces siento que soy el ratón y él el gato. Me tiene atrapada y está jugando conmigo. Disfrutándolo. Como buen sádico y cabrón, de seguro es lo que se trae. Tal como le gusta decir, nunca pierde. Y sin embargo, no puedo permitirme dejarlo ganar. ¡Jamás! Renunciaré antes que eso. Me mudaré a otro estado. Tal vez consiga mi pasaporte británico y me mude allí. Lo que me encantaría es mudarme a San Francisco para estar cerca de mi Amà. Pero ha estado viviendo en una comunidad de envejecientes desde que murió Agōng. Además, ¿a qué me dedicaría yo allí? Y luego Zar: No creo que quiera mudarse, y punto.

Lo que me trae de vuelta a Dan: No sé cómo voy a explicarle todo esto a los chicos. Zar probablemente no lo creerá al principio. Luego se decepcionará, no sólo por la música, sino porque él y Dan se han compenetrado. Estoy consciente que eso pasa entre los varones. Se compenetran mediante ‘proyectos’. Y esto de los pasados dos días dio pie a mucho de eso. Con Silvio también. Ha estado alabando a Dan desde que lo conoció.

Lo cual me multiplica la rabia que siento. Teníamos algo muy especial. ¡Todos estábamos tan contentos! ¡Ay, cómo desearía que no se hubiera reventado esa burbuja esta mañana! ¿Cómo se titulaba esa canción de Connie Francis del lunes por la noche? ¿‘Everybody’s Somebody’s Fool’? Con gusto sería la tonta de alguien, siempre y cuando nunca me enterara. ‘Ojos que no ven, corazón que no siente’.

Así que supongo que estoy indecisa sobre si mi enojo con Dan es más por mentirme o por ser tan patético como mentiroso. 


Hablando sobre el sentirme indigna y miserable, nunca he sido el tipo de persona a la que invitan a incluirse: me refiero a reuniones para tomar café, clubes de libros, a tomar cerveza o un trago después del trabajo, noches de chicas, etc. Sigo esperando encontrar la fórmula mágica para hacer amistades, pero no doy con ella. Es casi como si hubiera una pared invisible. Sigo chocando contra ella, tanteando su superficie, buscando una brecha, pero hasta ahora no he logrado encontrarla.

No me malinterpretes: tengo muchas ‘amigas’: mujeres con las que me llevo bien. Incluso socializamos. Pero no soy parte del ‘círculo íntimo’ de nadie. Puedo sostener lo que simula ser una charla sincera con una persona, pero en la próxima ocasión que se ha organiza un fin de semana entre amigas, no estoy entre las invitadas.

Desde mis días de secundaria, nunca fui ‘popular’. Pensaba que podría tener algo que ver con mi apariencia: era larguirucha, patizamba, bembona y tenía los tarecos ortodónticos. Gracias a Dios por los uniformes escolares porque estoy segura que nunca tuve ropa que fuera remotamente de moda (¡cómo aborrecía los días de vestir por la libre!). En otras palabras, era una ‘sabihonda’. Por otro lado, tampoco lograba llevarme bien con los otros ‘sabihondos’.

Tuve una amiga íntima durante ese tiempo. Se llamaba Melissa. Su padre era violento, posiblemente abusivo (cosa de la que caí en cuenta retrospectivamente) y una madre neurótica y alcohólica que podía ser cariñosa pero en lo demás resultaba absolutamente inútil. Me da vergüenza admitir que no sé qué fue de Mel; ella se marchó a Sídney después de secundaria, y yo fui a la Universidad de Melbourne. Luego murieron mamá y papá y mi vida cambió por completo.

De hecho, siempre me llevé mejor con los varones que con las chicas, lo cual es irónico, dado que terminé en un colegio de niñas (doblemente, dado que llevo todo este rato despotricando contra el género masculino). Supongo que siempre me ha resultado fácil llevarme bien con los hombres (como amigos, es a la hora de las relaciones sentimentales que se jode la cosa).

Le mencioné mi sensación de aislamiento de mi propio sexo a una de mis ‘amigas’ – Chloe – los otros días. En realidad, es una vecina que vive a la vuelta de la esquina. Zar estuvo en el mismo jardín infantil que su hijo Zach. Los ‘dos Zetas’, les llamábamos. Chloe era una joven madre en el sentido estricto de la palabra, dos años mayor que yo. Es muy dada a la introspección, que es su tema favorito y resulta un tanto cansón. Me llama a menudo y puede ser algo empalagosa. Últimamente participa en un grupo religioso con doctrinas traídas por los pelos, lo que me hace aún menos propensa a compartir con ella (estoy indecisa sobre si esta ‘fase religiosa’ es peor que su 'etapa de mercadeo multinivel': estuvo metida en algo llamado ‘CACA’).

Volviendo al tema, se sorprendió mucho por mi comentario. Su opinión fue que yo era ‘imposiblemente glamorosa’ y que las otras mamás estaban convencidas que no estaba interesada en compartir con ellas para nada. Estaría más inclinada a creer que Chloe había dado con la médula de mi problema si ella misma no estuviera simpre en la periferia de los grupos, nunca en el círculo íntimo: he visto cómo se impone para inmiscuirse en los grupos. Mencioné clubes de libros antes: bueno, sé que se metió en uno a pulmón. Un par de mujeres se fueron en protesta (aunque Chloe parece no estar al tanto de esto). Por lo que puedo deducir (leyendo entre las líneas de sus comentarios entusiastas), el resultado es una especie de tregua incómoda: un resentimiento latente entre algunas, una aceptación resignada de otras y una sensación general de colapso inminente por todas. La entropía social y Chloe son compañeros inevitables. Qué poco sorprendente que ella termine siendo mi ‘mejor amiga’ fuera del trabajo.


Hablando del trabajo, salí de la oficina de Branka y me fui directo a casa. No estaba en ánimo para trajinar. Y no quería ver a Ian.

Tan pronto llegué, llamé a mi Amà usando FaceTime. Podía ver que era de noche en San Francisco y siempre es un buen momento para llamarla (aunque rara vez puedo porque estoy en el trabajo). Hay tantas cosas de las que no me atrevo a hablar con Amà. La quiero mucho, pero habitamos mundos diferentes: el suyo es tan directo; blanco y negro, correcto e incorrecto. No es de extrañar que, a medida que ha envejecido, sus opiniones se hayan vuelto cada vez más inflexibles, aunque sean, según los actitudes de su generación, vanguardistas. Podría considerarse la ‘radical’ de la familia, pero su esquema mental está informado aún por paradigmas heredados de mediados del siglo pasado. Por ejemplo, no es nada si no feminista. Por el otro, parece estar apenas consciente de que el mundo ha evolucionado desde la época de Doris Day y Connie Francis.

Odio mentirle, pero en cierto sentido toda nuestra relación está construida sobre unos cimientos de ficción. Principal entre estos es la idea de que todavía soy la niña a la que solía llevar a pasear cuando ella y Agōng venían de visita: la que escuchaba fascinada las anécdotas de familia sobre las dificultades en Taiwán después de la guerra – la que se sentaba en un taburete de cocina y la observaba preparar repollo encurtido con cerdo, o sopa dulce de frijoles colorados.

Así que en lugar de hablarle sobre Dan o Ian, le pregunté:

‘Amà, ¿por qué crees que no puedo hacer amigos? ¿Qué es lo que me hace tan – no sé – repulsiva?’

‘Ay, niña querida, el problema es que eres como yo: ¡las otras mujeres se sienten amenazadas por ti!’

¡La buena de Amà!: la conversación siempre va a girar hacia ella. Incluso cuando está conmiserando contigo, la cosa acaba con sus días de gloria diminando el tema. Pero no me importa.

‘Era lo mismo conmigo, ¿sabes? Cuando estaba en la escuela, las otras chicas cuchicheaban a mis espaldas. Se reían de mi ropa y de los agujeros remendados. Pero siempre supe que podía llevar harapos con más elegancia de lo que ellas eran capaces de lucir los vestidos más finos. Y los chicos también lo veían.’

Esto es lo que yo describo como su actitud vanguardista: es tan ‘poco chino’ hablar de esa manera. Normalmente se espera que seamos autocríticos. Los cumplidos se minimízan, a veces de forma brutal. Por ejemplo, una vez escuché que le decían a mi madre:

‘Tu hija es muy inteligente.’

Y ella respondió: ‘Ah, no es para tanto. La realidad es que es bastante lerda. Lo que pasa es que tiene unos profesores maravillosos.’

Quizás por eso ella y Amà nunca se entendieron. También debe ser el por qué mi madre y yo nunca coincidimos en muchos aspectos, ella era más 'a la antigua' que mi abuela.

‘Te creo’, le dije a Amà. ‘Pero conmigo es diferente.’

‘¿Cómo así? Mis ojos no me engañan. Te estoy mirando ahora mismo. Eres hermosa. E inteligente. También trabajadora y de buenos sentimientos. ¿Qué más se puede pedir?’

‘Amà, nadie está compitiendo conning.’

‘Entonces te envidian por tu talento. Eres una artista. Los artistas como nosotros siempre son envidiados y malinterpretados. Pero dime, ¿por qué no estás trabajando? ¿Y por qué has estado llorando?’

‘Me importunó un colega. Es una historia larga. Me sentí mal y vine a casa. Lo siento, Amà, ya he logrado calmarme y no quiero acordarme de eso. Te cuento en otra ocasión, ¿sí? No es de importancia. Sólo cosas del trabajo.’

‘Está bien. Recuerda Jìng Yí: Fǒu jí tài lái. Estoy segura que todo saldrá bien. Nada permanece igual. Para bien o para mal, las cosas siempre cambian. Zàijiàn, mi pequeña.’

Zàijiàn.’


Zar me sorprendió un poco más tarde. Pensaba que estaba en TAFE, pero llegó a casa temprano, animado por algo. Explicó que su clase había sido cancelada, pero que de todos modos tenía trabajo que hacer en casa: una especie de proyecto de diseño gráfico. Le encanta ese tipo de cosas. Fue genial verlo así de positivo – creo que el Avanza le está haciendo bien.

Entonces, por supuesto, lo eché todo a perder. Porque Zar preguntó por qué estaba en casa y solté la lengua.


‘¿Cómo que no podemos tener más que ver con Dan? No puedes seguir con esa mierda, Juss. ¿Así que el tipo está casado? La ha dejado, ¿no? Él está aquí y ella está en el lado opuesto del jodi’o país. ¿Qué más ‘separados’ se puede estár, al menos en Australia?’

‘Me mintió. Y ha estado fingiendo ser alguien que no es. Está ocupando la casa de Pikkeljig, por el amor de Dios, diciéndole a la gente que es Pikkeljig – o su sobrino – ¡quién sabe!’

‘¡Gran mierda! ¡Lo que soy yo, digo ‘hurra’ en cuanto a eso! ¡No es como si estuviera vandalizando el lugar!’

‘No entiendes, ¿verdad? Nada sobre él es real. Es un impostor de principio a fin. Es como esos jeans de marca falsos y otras prendas que tiene en su armario. Hasta el texto está invertido. Debímos haberlo visto a la legua. ¿Quién sabe si no te ha estado tomando el pelo? ¡A lo mejor no sabe un pepino sobre la ingeniería de sonido! 

‘Sabe lo suficiente. Ya hemos visto los resultados.’

‘No puedo creer que seas tan ingenuo. Es probable que está usando lo poco que sabe para engatusarte.’

‘¿Y para qué? Piensa Juss, ¿para qué? ¿Cuál sería su jodi’o propósito?’

‘Para llegar hasta mí.’

‘¡Ay, no te des tanta lija! Puede que le gustes, pero también somos compas. ¿Sabes, amigos? Algo que tú no tienes.’

‘Me estás tratando con puro despecho. No puedo creer que acabas de decirme eso. De verdad que no puedo.’

‘Y yo no puedo creer cómo te has tirado al degüello contra el hombre. Está bien, es casado. Tal vez no nos contó todo. Pero eso no significa que sea otro Ian. Te has vuelto paranoica. ¿Le pediste siquiera una explicación?’

‘No, pero sí admitió que su esposa no sabía que estaba aquí.’

‘Otra vez– ¡gran cosa! Le salió huyendo a una hija ‘e puta. ¿Y qué?’

‘¡No puedo creer lo que escucho!’

‘¿Quieres que te diga lo que yo no puedo creer?: ¡que nos hayas jodido la oportunidad justo antes que enviáramos nuestro EP! Y otra cosa, hermanita: nada ni nadie va a detenerme de resolver esta cagada. Ya que estoy en eso, le preguntaré a Dan su versión de esta novela, algo que obviamente no te has molestado en hacer.’

‘Tuvo unas tres semanas para contarnos ‘su versión de la novela’. Más que suficiente tiempo, ¿no crees?’

‘Depende de cuándo empieces a medir el tiempo. No les va a contar a unos completos desconocidos aquello de: ‘Ah, sí, por cierto, mi esposa es una psicópata y me he largado porque no aguantaba ya verle la cara. Estoy un poco corto de dinero porque le dejé todo, así que me estoy quedando en esta casa que sabía estába vacía.’’

‘¡No tienes precio! ¿Te resulta correcto que esté viviendo en casa de otro y use sus cosas sin permiso? ¿Alguien a quien probablemente ni siquiera conoce?’

‘¿Por qué asumes eso? Él sabía la contraseña para abrir el estudio, ¿no? Deberías haberla visto– era cojonúdamente larga.’

‘¡Por el amor de Dios, deja de usar tanto lenguaje de solar! Podría sonarte macanudo cuando tenías quince años, ahora sólo resultas pueril.’

‘¡Cuánto lo siento que mi lenguaje ofenda a Su Majestad!’

‘La consiguió igual que consiguió la llave: en la casa que pertenecía a su tío en Perth. La que ahora también le pertenece a Pikkeljig. Estaba molesto por haber sido excluido del testamento. Así que está tomando lo que puede, mientras puede.’

‘Supongamos que tienes razón. Me importa un bledo. Se me hace que el tío debió haberle dejado algo. No obstante, estás equivocada. Él sabía cómo encontrar el estudio. Estaba escondido – lo viste. Sabía cómo abrir la puerta y cómo operar el equipo. ¿Cómo se explica que un mero intruso supiera toda esa mierda? ¿Y por qué se tomaría la molestia de averiguarlo?’

‘De seguro descrito en algún diagrama arquitectónico que descubrió.’

‘¡Cómo no! Todo muy conveniente: escondes algo como el acceso a un estudio de sonido en un armario de lavandería. Luego dejas un rastro de llaves, contraseñas e instrucciones para que un completo desconocido pueda entrar y operar todo – por si acaso necesita grabar algo de música.’

‘La ‘navaja de Ockham’, amiguito. No hay otra explicación. No conocía a Pikkeljig hace dos meses. Se hizo pasar ante la sra. Chew como Pikkeljig, o al menos que estaban emparentados. Pero nunca nos lo mencionó. Nunca. ¿Qué diantre te hace pensar que tenía permiso para usar el estudio, y mucho menos para vivir en la casa?’

‘Bueno, ¿qué tal los mensajes archivados de Léeme en la computadora del estudio? Los dirigidos a él – por su nombre? ¿Los que le daban información específica sobre el uso de algunos de los programas? Sí, oíste bien. El fisgón de Silvio me los mostró cuando Dan estaba en el estudio hablando con Seb y Bart sobre sus participaciones en el número de reggae. No sabías eso, ¿verdad? ¡Ni te molestaste en averiguar antes de darle rienda suelta a tu paranoia!’

Con eso, Zar se marchó a su habitación y cerró la puerta de un portazo.


Tengo que admitir que Zar me ha puesto a pensar. Sobre todo porque quiero que tenga razón. 

Es curioso cómo pequeñeces que se quedan en tu mente pueden afectar cómo te sientes. En específico, recuerdo la noche del domingo después de la sesión de grabación: Dan se había ocupado en la cocina, preparando la cena. 

Para ser honesta, estaba mohina, sentada en el sofá con una copa de vino, sin decir palabra. Sentía rabia hacia Zar por desobedecerme y él se reía en una esquina. Sigue siendo un niño grande. Y sabe bien cómo sacarme de quicio. Por otro lado, Dan estaba completamente absorto: picando verduras, poniendo la pasta a hervir– todo eso.

El detalle que tanto me llamó la atención fue esto: como Dan mantuvo una toalla de cocina colgada sobre su hombro mientras cocinaba. No es que la estuviera usando: sospecho que simplemente olvidó colgarla en su sitio, en la manija de la puerta del horno donde la dejamos.

No estoy segura de por qué eso se quedó en mi memoria. Creo que porque había algo inherentemente ‘hogareño’ en ello. Me recordó a Papá, con pañal al hombro, para limpiarle la boca a Zar de bebé cuando regurgitaba.

Lo otro fue que Dan parecía enteramente cómodo. Así que yo también empecé a relajarme. Recuerdo que quise seguir haciendo pucheros, pero ya no podía. Incluso empezó a tararear suavemente para con la mirada perdida en la distancia, acercándose de vez en cuando para revolver las comida. Totalmente absorto en lo que estaba haciendo.

Creo haber concluido que la personalidad de ‘Danny Kaye torpe’ no fue lo que me atrajo. Me gustó algo su vulnerabilidad – es cierto. Después de Ian resultó un soplo de aire fresco. No obstante soy como Zar– no pierdo tiempo atendiendo a un pusilánime. Estoy demasiado ocupada cargando mi propio peso como para echarme encima el de otro. O aportan valor o no lo hacen; la vida es demasiada darwiniana de por sí. Si suena egocéntrico, te equivocas. Estoy más que feliz de que sea algo recíproco. De hecho, insisto en ello. Pero ya tengo treinta y siete años y no me sobra tiempo ni energía para sevirle continuamente de muleta a otro. Bastante drama tengo ya con mi hermanito.

Supongo que esta prerorata sirve para decir que Dan no lucía andar necesitado. Me di cuenta desde que lo conocí que su ‘torpeza’ la provocaba mi presencia. El poder trastornarlo sirvió para subirme el ego. Odio admitirlo, pero me hizo sentir validada. ‘Deseada’ probablemente sería otra (mejor) descripción en este caso, porque te resultaría indiferente impactar a alguien así, a no ser que quieras sentirte deseada. Al menos es cierto en mí caso.

Fuera de eso, se comportaba totalmente autosuficiente, autónomo, organizado. La imagen de Dan con la ridícula toalla de cocina al hombro me representa eso. Y de veras quiero que sea real, no una proyección de lo que anhelo.

Por otro lado, la experiencia enseña: no puedo evitar sentir que la confianza implícita de Zar en Dan es sólo una versión más ingenua de mis propios deseos. Zar apenas tiene veinte años. No ha sido magullado tanto como yo ni por casualidad. Los libros de desarrollo personal siempre promueven el optimismo. Pero no habría una correlación entre la edad y el cinismo si la primera no resultara de tanto escarmiento.


Zar no me dirigió la palabra por el resto de la tarde. Salió del chiquero ese que llama dormitorio, me pasó de lado, salió por la puerta, subió a su coche y se marchó. ¿Adónde? No lo sé. Espero que no sea a casa de Dan. No, miento. Parte de mí lo desea. Admito que no le di oportunidad a Dan de darme su versión; en mi fuero interno quiero que Zar la obtenga. No iría tan lejos como decir que tengo esperanza que haya una versión que resulte inocente y verosímil. Es que una pequeña parte de mí ser rehusa descartar su optimismo. Como ya dije: teníamos algo bueno – todos nosotros. Sería genial si no se hubiera hecho añicos. Temo que ese es el caso – de verdad – pero si no, ¡sería maravilloso!

Seguí a Zar hasta la entrada de la vereda. Pensé que podría detenerse al verme salir, pero no lo hizo. Ni siquiera se molestó en mirar atrás. Estaba haciéndose el demasiado ocupado retrocediendo en su coche, y luego que se concentraba con toda seriedad en la calle mientras se alejaba. Lo vi encender los focos– la penumbra había descendido. Como la mayoría de los veinteañeros, vive la vida asumiendo que el mundo gira a su alrededor, que está al borde de la fama internacional y el reconocimiento crítico. Que estaba aprovechando su ‘gran oportunidad’ con la compañía discográfica, cuando su hermana histriónica llegó y lo arruinó todo. En este momento está todo lo cabreado conmigo de lo que es capaz. Espero que no vuelva a caer en depresión. Por otro lado, eso está fuera de mi control. No fui yo quien inventó toda una vida falsa y engañó a todo mundo.

Estaba a punto de volver a entrar en casa cuando, ¿a quién se le ocurre aparecerse, por la vereda de la entrada? Ian. Zar debió estar tan empeñado en ignorarme e irse que no vio el coche de Ian más allá en la calle (donde tiene que aparcar cuando el coche de la señora Lazarov está estacionado en nuestra calle estrecha). Traía una sonrisa fatua mientras se me acercaba. Esta vez no viene con flores o repostería.

Consideré correr dentro, parapetarme detrás de la puerta de pantalla y cerrarla con llave, pero se me hizo que luciría histérica – una señal de debilidad. En ese momento necesitaba lucir fuerte. Ian logra husmear la debilidad a kilómetros de distancia. Se enfoca en ello y destruye al afectado. Meramente por diversión.

Cruce los brazos mientras se acercaba. Imagino que me veía petulante. Seguía sonriendo con desdén y mirándome fijamente. Algo notable sobre Ian: parece nunca parpadear . Nunca. Establece contacto visual y no lo suelta. Mencioné antes tambalear a otra persona– Ian es un maestro en eso. Los primeros días juntos, logró revertirme a una escolar nerviosa. Bueno, en realidad no – soy demasiado ducha en el arte de disimular para que se me notara. Pero lo sentí en mi interior.

He aquí la cosa: cuando alguien como Ian te clava la mirada, te sientes la única persona en el mundo. Es inquietante y halagador a la vez. Pero en realidad no se trata de adulación. Ni de hacerte sentir especial. Se trata de dominarte.

Ian vive para dominar a los demás. Y todo lo de ‘mirarte sin parpadear mientras sonríe’ es parte de su juego, una gran parte. Dudo que lo haga conscientemente; es algo innato que le funciona, y por eso lo repite.

‘Te fuiste temprano.’

‘No me sentía bien.’

‘¿Cuál fue el diagnóstico? ¿Bilis elevada por la humillación?’ 

‘Vete al diablo, Ian.’

‘No hay necesidad de ponerse pesada.’

Para entonces, se me había acercado, a una fracción de metro, mirándome fijamente. No me dió la gana de cederle un ápice.

‘¿Qué haces aquí?’

‘Pasé a ver si estabas bien. La vida nos brinda decepciones a veces. Duele saberse engañado. Duele aún más admitir haberse equivocado.’

‘Ah – y supongo que tú sabes de eso, ¿verdad?’

Ian rió. Como siempre, sus ojos no lo hicieron. ‘No. No puedo decir que me suceda. Pero a diario observo el desfile interminable de fracasdos pasando frente a mí.’

‘Eres todo un Charlie Sheen: siempre el ganador.’

‘Sí. Ese soy yo.’ Extendió las manos y me agarró los brazos. Los dejé caer. No iba a forcejear con él. Pero por seguro tampoco iba a cooperar.

‘Por favor, suéltame.’

‘Ay. No seas así, mi ricura.’ Intentó acercarme más, pero no cooperé, así que cerró la distancia él mismo. Se inclinó hacia mí; cerré los ojos y viré la cara. Sentía su aliento y luego sus labios en mi mejilla. Olía a bebida. A puros. La barba ya recrecida. El aliento con un deje de acetona propio de un hombre mayor. Me cuesta imaginar qué me resultó atractivo en él antes.

‘Me gustaría que te fueras.’

‘¿Y si no lo hago?’ Empezó a besarme el cuello y a morderme la oreja. ‘¿Vas a llamar a tu ‘caballero de la triste figura’?’

‘Zar volverá pronto.’

‘Mmmm...’ Sentía la sensación de su cuerpo junto al mío como si se tratara de un reptil. ‘Tu hermano’, continuó besando mi cuello, ‘se ha largado a alguna parte en su coche. Ambos sabemos que no es de los de ir a comprar pan a la esquina. No volverá en siglos.’

‘Gritaré.’

‘Mejor guárdalo para cuando estemos en la cama.’

‘Cállate, Ian.’ Agité las manos mientras me apartaba bruscamente. Logré zafarme porque lo tomé desprevenido.

‘¡Oh, jo, jo, jo! ¿Conque así van a ser las cosas, eh? Bien. Me gusta un poco de juego brusco.’

Di vuelta para correr hacia la puerta, pero debería haber sabido que Ian sería demasiado rápido. De hecho, no necesitó hacer más que agarrarme el cabello. Aullé de dolor, pero no me soltó, halándome de espaldas y desequilibrándome, a la vez rodeando mi cuello con su brazo. Luego me llevó mitad caminando, mitad arrastrada hacia la puerta. ‘¿Querías entrar, verdad? Eso se puede arreglar.’ Intenté gritar, pero apretó su mano sobre mi boca y lo que salió fue un gemido ahogado. Un bofetón rápido sobre mi oreja me dejó la cabeza zumbando. ‘Creo que con eso te callarás.’

‘¡Me estás haciendo daño!’

‘Te dolerá mucho más si sigues jodiéndome la vida.’ Me arrastró al pasillo, todavía sujetándome por el cabello, y luego me arrojó al suelo. Oí la puerta de pantalla cerrarse de golpe detrás de él. No se molestó en mirar mientras usaba un talón para cerrar la puerta principal. Empezó a desabrocharse el cinturón.

‘Por favor, no, Ian.’ Me había incorporado hasta sentarme, extendiendo un brazo en súplica. Estaba silueteado contra la ventana de vidrio emplomado através de la cual aún brillaba el crepúsculo. ‘No me hagas esto.’

‘¿Y por qué no? ¿Qué vas a hacer? ¿Denunciarme? Pensarán que es una pelea entre amantes. La palabra de una prostituta contra la de un distinguido abogado. ¿De verdad quieres que Branka se entere a lo que solías dedicarte? ¿Qué tal James, tu asistente? ¿Tu hermanito? ¡Y tu queridísima abuela! Ninguno de ellos necesita saberlo. Prometo que no seré yo quien los entere. Si te portas bien conmigo.’ Hala su cinturón fuera de las tiras del pantalón por la hebilla mientras terminaba la frase, enfatizando lo de 'bien' haciendo chasquear el cuero. ‘Tendrás que aprender a complacerme, como toda buena puta. Cumpliré con mi parte del trato – lo prometo. A fin de cuentas, te quiero ver contenta.’ Dejó caer sus pantalones y luego se los quita mientras se acerca a mí. ‘Pero tenemos que dejar claro quién manda, ¿no?’

Intenté ponerme de pie, pero Ian se lanzó sobre mí como un luchador olímpico, inmovilizando mis brazos contra el piso de madera. Un rayo de luz errante de la cocina iluminó su mirada distante y desenfocada. Una mueca desdeñosa se dibujaba en sus labios y estaba jadeando. Usó su peso para inmovilizarme contra el piso, luego con una mano levantó mi falda y bajó mis bragas. Intenté resistir, retorciendo mis piernas y tirando de su brazo, pero lo contrarrestó casi sin esfuerzo. A poco sentí cómo el elástico de la cintura se desgarraba, la costura enterrándose en la carne del interior de mi pierna. Se inclinó a besarme y aparté la cara de su aliento rancio. Me agarró la cabeza bruscamente, apretando mis mejillas y forzando su lengua en mi boca. Al mismo tiempo, usó sus rodillas como cuña para abrir el interior de mis muslos, pellizcando el músculo contra el piso.

‘Como en los viejos tiempos, ¿eh?’ Tú y yo’, dijo, aún jadeando. ‘Así será de aquí en adelante.’

Ya había pasado por esto antes, pero no desde hace mucho, mucho tiempo.


Intenté engañarme a mí misma de que estaba bien. Todo bajo control. Respira. Hazte una taza de té. Pero mis manos me delatan, como siempre. Están temblando demasiado. Terminé derramando agua hirviendo por todo el tope. Un poco cayó sobre mi mano y por el frente de mis pantalones de chándal. Sacudí mi mano con rabia y sentí las lágrimas calientes acumularse en mis ojos. Como de costumbre, eran lágrimas de frustración más que nada.

Tuve que usar una toalla sanitaria para la hemorragia y la sentía saturada. El ardor persiste – orinar no va a ser muy divertido por buen rato.

Había pasado más de una hora y Zar aún no llegaba. Me alegré por eso. No podría habérselo ocultado: se habría dado cuenta. También tuve que limpiar el desastre. Había tirado mis bragas rasgadas y mi falda manchada de sangre en una bolsa de plástico, luego en el bote de basura de la calle. Me había duchado. Pensé estar lo suficiente calmada como para prepararme un té. Parece ser que no.

Así que me di por vencida y me senté en la penumbra de la sala. Lo que necesitaba era un plan. Pero no tenía idea por dónde empezar. ¿Denunciar a Ian a la policía? Bueno, las bragas y la falda seguían en el bote de basura. Por otro lado, eso significaría que a fin de cuentas mi carrera no sobreviviría. A lo mejor podría conseguir trabajo en otro bufete. Pero siempre sería conocida como ‘la prostituta’. Eso no me molestaría enormemente a nivel personal, pero no ayudaría a impulsar mi carrera, especialmente en el ámbito (conservador) del derecho comercial y transferencia de propiedad.

En cualquier caso, tampoco quería que Zar, Amà, Branka, Chloe, etc. supieran sobre mi pasado. Sobre todo cuando no sería revelado desde mi punto de vista, cuando ya resultaba difícil encajar en un mundo que no parecía quererme.

Empecé a percibir lo adolorida que estaba. No sólo allí abajo, sino también donde Ian había hundido sus rodillas en el interior de mis muslos. Era un tormento: el músculo estaba tan magullado que apenas podía moverme con normalidad. Y mi cuero cabelludo seguía doliendo por el halón de pelo, más de una hora después. Incluso habían moretones en el interior de mis muñecas y antebrazos. Es curioso lo fácil que nos amoratamos. Entiendo perfectamente por qué tenía moretones en el interior de los muslos, pero ¿en las muñecas? Esas serían los últimos lugares que habría considerado como ‘lastimados’.

Me hizo reflexionar sobre cuando solíamos jugar de niños. Cuando chocábamos en el campo de hockey o en la cancha de netball. Supongo que nos magullábamos y no nos importaba, ni nos dábamos cuenta.

Te cuento que, en ese momento, sí me importaba. Sí lo noté. No sólo quiero sobrevivir. Quiero venganza. Quiero destruir a Ian. Tenía que haber manera de hacerlo, una que no implicara inmolarme también.

Si Zar hubiera llegado en ese momento, habría fingido estar de mal humor. Él se habría enfurruñado a su vez. Todo habría pasado desapercibido. Pero no sucedió así, no fue que Zar regresó a casa. En su lugar, recibí una llamada telefónica extraordinaria.

No estaba de humor para contestar. Mi móvil estaba en la mesa de centro, arropado en la oscuridad y el tono musical sonaba a todo volumen; debí haberlo subido accidentalmente la última vez que lo tomé. Eso o se golpeó con algo en mi bolso. Lo miré durante un rato, molesta por su agudeza e insistencia. Son unos dispositivos tan entrometidos. No puedes tener ni un momento de paz con ellos cerca. Estaba a punto de dejárselo a la contestadora cuando impulsivamente lo recogí con mano temblorosa, fallé al deslizar mi dedo para abrirlo, pero logré responder, pensando que podría ser Zar. No era. De hecho, no reconocía al número en absoluto. Tenía un prefijo +55, que asumí era internacional. ¿Amà? No, el suyo era +1.

‘¿Hola?’ Dije, tratando de imitar el tono y cadencia habituales de mi voz.

‘Justine. Soy Pikkeljig. Lamento molestarte en casa, pero necesito tu ayuda. Como verás, con mucha urgencia.’

‘Lo siento, Sr. Pikkeljig – no puedo ayudarle en este momento. No estoy – no me siento bien. Si llama a Branka – puedo darle el número–’

‘Lo que tengo que decir te concierne directamente. Usas un iPhone, ¿verdad?’

‘Sí, así es. ¿Cómo lo supo?’

‘Voy a cambiar a FaceTime.’

‘Por favor, no –’

Pero acto seguido me encontré mirando a un hombre sentado en una terraza. En algún lugar tropical. De mañana, según parece. Me tomó unos segundos reconocer quién era.

‘¿Carl? ¿Eres tú?’

‘Hola Justine’, dijo. ‘No te veo bien, querida, está muy oscuro. Te llamo desde Brasil, por eso la diferencia en hora.’

‘Estaba esperando una llamada del Sr. Pikkeljig.’

‘Eso fui yo. ¿Nunca te fijaste antes que nuestras voces eran iguales?’

‘No – ahora que lo mencionas, supongo que debería haber sido obvio. ¿Entonces tú eres Pikkeljig?’

‘Bueno, ya no. Pikkeljig es un nombre inventado que solía usar como alias. Hace un rato, se lo cedí a Dan. Es un cuento largo. Ahora mismo necesito que vayas y lo veas.’

‘¿A quién? ¿A Dan? ¿Estás bromeando?’

‘No, hablo muy en serio.’

‘¿Por qué? ¿De qué se trata todo esto?’

‘Hablába con él por Skype. Estaba en el sótano. Escuchó algo en el piso de arriba y fue a investigar. Lo próximo que oí fueron un montón de gritos, golpes y por el estilo. Nunca regresó. Iba a ir a verlo yo mismo, pero viajar le resulta estresante a mi vieja ‘bomba’ en este momento.’ Carl se toca el corazón mientras lo dice.

‘¿‘Irías’ tú? ¡Pero estás en Brasil!’

‘Exactamente. Pero parece ser cosa urgente. Temo que algo malo le haya sucedido.’

‘Entonces llamaré a la policía.’

Te lo prohíbo terminantemente. Como tu cliente, insisto en que no se involucre a la policía por ahora. Eso es imperativo. ¿Entiendes? Si no puedes ir, tendré que hacer otros arreglos, cosa inherentemente peligrosa para mí. ¿Puedes ir - de inmediato? ¿Sí o no?’

‘No tienes idea de lo que me pides.’

‘Quizás no. Pero definitivamente TÚ no tienes idea de lo serio de la situación. Si no puedes ir, tendré que intentarlo. Y estoy convencido que me matará, como casi lo logra la última vez.’

‘¿De qué rayos hablas?’

‘No tengo tiempo para explicártelo ahora. ¿Vas o no? Si ayuda a que te decidas, oí a Dan gritar 'Ian'. Sospecho que tu exnovio irrumpió en la casa y le ha dado una paliza. Dan podría estar inconsciente, tener una pierna rota o estar desangrándose, hasta donde sé. Estoy muy preocupado. Y tú eres la única que podría ayudar.’

No podía entender por qué era yo la única que podía ayudar, pero la mención de Ian ya me había hecho agarrar las llaves del coche y cojear hacia la puerta.

‘¿Cuándo sucedió todo esto, Carl?’ pregunté.

‘En los últimos minutos. Por eso necesito que vayas ahora mismo. Por favor, dime que irás.’

‘Voy en camino.’

‘Excelente. Te estaré eternamente agradecido. Llámame a este número cuando llegues. ¡Apúrate!’

‘Está bien, Carl.’

‘Llámame Frank. Ese es mi verdadero nombre. Frank Djurdjevic.’


Nunca he estado más confundida en mi vida que cuando subí a mi coche esa noche. Confundida y preocupada hasta más no poder. Era obvio para mí que Ian acababa de ir a la casa de Princes Hill y – al decir de Pikkeljig/Carl/Frank – le había dado una paliza a Dan. Sabía que tenía que ir lo más rápido posible. Ojalá hubiera podido llamar a la policía y a una ambulancia. Me consolé pensando que al menos el tráfico había disminuido un poco. Por otro lado, Melbourne es definitivamente una de esas ciudades que nunca duerme, así que todavía había bastante tráfico interponiéndose.

Mientras conducía, intentaba reconciliar los datos confusos que me acababan de dar.

Pikkeljig y Carl eran la misma persona. Esa persona resultó ser Frank Djurdjevic, el tío de Dan. ¡Pero estuve en el funeral de Frank, por el amor de Dios! Obviamente no pudo haber muerto. Entonces, o bien el ataúd estaba vacío o había el cadaver de otra persona dentro. Me acordé que Frank Djurdjevic aparentemente había muerto en una barbacoa – por asfixia. O un ataque al corazón. O ambas – no podía recordar. Como quiera, fue muy ‘público’ – no podía imaginarme cómo alguien podría fingir su muerte en tales circunstancias. ¿Y con qué propósito?

Por otro lado, Fenyops Pikkeljig era un alias— debería haberme dado cuenta antes. ¡Qué tonta fui!

No puedo imaginarme por qué no se me ocurrió que Carl y Pikkeljig fueran la misma persona. A mi favor, ‘Carl’ siempre usaba un tono muy deferente, mientras que 'Pikkeljig' tendía a ser superficial, quizás incluso brusco, en sus llamadas telefónicas. Aun así, me quedé sintiéndome como una Lois Lane moderna que no era lo suficientemente despierta como para darse cuenta que Clark Kent sin gafas era Superman.

Me quedé boquiabierta con la revelación que Frank le había ‘cedido’ el alias Pikkeljig a Dan (aunque sólo Dios sabe de qué se trata todo eso). Lo más importante era que significaba que Dan tenía pleno derecho a estar en la casa: no era un ocupante ilegal después de todo.

En cuanto a Dan, esto dejó sólo dos interrogantes: su supuesta presencia en Malasia y por qué su esposa parecía tener menos idea de lo que estaba pasando que yo.

Revisé mi iPhone mientras esperaba en la intersección de Punt Road y Victoria Street: Frank definitivamente estaba llamando desde Brasil – +55 es el código telefónico internacional de ese país. Teniendo esto en cuenta, las referencias indirectas de Frank sobre venir a ver cómo estaba Dan no hacían sentido en absoluto: el viaje tomaría un par de días como mínimo (aún dándole el margen de tiempo mínimo para hacer los arreglos de viaje). El pobre hombre parecía haber perdido la cabeza. Probablemente por la preocupación. Por un momento, esto me tranquilizó sobre todo lo de ‘Ian golpeando a Dan’: posiblemente el viejo estaba confundido.

Aunque eso parecía ser la única parte lúcida del cuento de Frank. Y yo mismo acababa de experimentar la violencia de Ian. Con todo supongo que por eso estaba conduciendo de peligrosamente. No sólo estaba excediendo el límite de velocidad, estaba pasando luces amarillas (y al menos un semáforo en rojo), golpeando encintados y cambiando de carril sin mirar. Conduciendo como una loca. La razón se reduce a un solo nombre: Ian.

Por otro lado, eso parecía ser la única parte lúcida de la historia de Frank. Y yo mismo acababa de experimentar la violencia de Ian. Así que supongo que por eso estaba conduciendo de manera peligrosa. Y no sólo estaba excediendo el límite de velocidad, estaba pasando luces ámbar (y al menos un semáforo en rojo), golpeando bordillos y cambiando de carril sin mirar. Conduciendo como un loco. La razón se redujo a una sola palabra: Ian.

Por otro lado, eso parecía ser la única parte lúcida de la historia de Frank. Y yo mismo acababa de experimentar la violencia de Ian. Así que supongo que por eso estaba conduciendo de manera peligrosa. Y no sólo estaba excediendo el límite de velocidad, estaba pasando luces ámbar (y al menos un semáforo en rojo), golpeando bordillos y cambiando de carril sin mirar. Conduciendo como un loco. La razón se redujo a una sola palabra: Ian.

Branka debe haberle dado la llave. O su asistente. Ninguno de ellos podría habérsela negado. Como socio de la firma, tenía todo el derecho de inspeccionar la propiedad, sobre todo después de una aparente intrusión. Habría entrado por la puerta principal. Dan debió escucharlo y subido desde el sótano. Intenté no imaginar más allá de ese punto.


En fin, sólo me tomó unos quince minutos llegar a Princes Hill. Cuando entré en la vereda frente a la casa, la sra. Chew corrió a recibirme. No me pareció que eso fuera buena señal.

‘¡Hola! ¡Señolita! ¡Eles amiga del señol Pikkeljig! ¡Ay! Hubo una pelea en la casa. ¡Loco! El otlo homble ya se fue, lah. Él entló – salió más talde con la boca ensanglentada. ¡Tengo su matlicula! No sabía si debía llamal a la policía.’

‘¿Ha hablado con el Sr. Pikkeljig?’

‘Toqué y el señol Pikkeljig glitó que estaba bien. Pelo su casa está callada desde hace mucho tiempo, loj.’

‘Voy a entrar a ver.’

‘Ya lo intenté. La puelta está cerrada.’

Revisé la perilla. Efectivamente, estaba cerrada. Ian debió haberlo hecho mientras se iba. Al igual que la sra. Chew, llamé y golpeé: ‘¡Dan!’ pero no hubo respuesta.

‘Tal vez se haya ido a la cama lah.’

Volví a llamar, pero aún no hubo respuesta.

‘¿Llamo a la policía ahola, ah?’ preguntó la sra. Chew, a mi espalda. De repente me acordé: había cerrado la casa con llave cuando salí esta mañana. ¡Todavía tenía la llave de la casa!

‘Espere un momento, sra. Chew’, dije rebuscando en mi bolso. ‘Tengo una llave por aquí en algún sitio.’

‘Voy adentlo contigo.’

‘No, está bien. La llamaré si hace falta. Gracias, sra. Chew. Toh sia.’

Boh siah mih. Avísame si me necesitas. ¿Está bien?’

‘Lo haré.’

Abrí la puerta y fui engullida por la oscuridad: el resplandor de las luces exteriores sumió todo el interior en sombras.

‘¿¡Dan!? ¿Estás ahí?!’

Dan le había gritado a la sra. Chew que estaba bien anteriormente. Daba pie a esperar lo mejor, ¿no?. Entonces, ¿por qué no contestaba ahora? Tal vez se había ido a la cama. Pero eso habría significado dejar a Frank esperando en Skype. ¿Sufrió otra conmoción cerebral?

La casa estaba oscura, excepto por una luz en la cocina. Podía ver que el perchero del pasillo había sido volcado. Un espejo había sido hecho trizas. Algunas de las obras de arte de Wal Kolbusz parecían haber sido golpeadas por un cuerpo chocando contra ellas. 

En ese momento mi teléfono comenzó a sonar. Lo saqué. Era Frank.

‘Justine – ¿estás ahí? ¿Dan está bien?’

‘Acabo de llegar. Parece que sobrevivió la pelea. Pero no está respondiendo. Estoy echando un vistazo. Ahora mismo voy a encender la luz del pasillo.’

Al hacerlo, se hizo evidente la magnitud del daño. Esquirlas de vidrio cubrían el pasillo. Tenía que tener cuidado donde pisaba; algunos de los trozos podrían traspasar mis ridículas chanclas de baño– fácilmente. Todavía no veía a Dan por ningún lado.

‘Hay mucho desorden, Frank. Cosas rotas. Hay un poco de sangre en el pasillo, pero no mucha.’

‘No cuelgues. Mantén la línea abierta. Puedo ayudar.’

‘Está bien.’

‘¿Dónde estás ahora?’

‘Entrando en la sala.’

‘¿Ves algo?’

‘Todavía no. Espera – hay algunas manchas de sangre en la alfombra. Estoy tratando de encontrar la luz de la sala – la única luz que tengo es de la cocina.’

‘El interruptor está en la pared cerca del primer grupo de ventanas.’

‘Entendido.’ El interruptor encendió las luces sobre la mesa de centro: un resplandor amarillo tenue, pero más que suficiente para ver. ‘¡Frank, di con él! Se ha desplomado detrás de la mesa de centro.’ Corrí hacia el cuerpo inerte de Dan. A la débil luz de las lámparas apantalladas, pude ver que estaba tumbado boca abajo sobre su propio vómito. Lo viré.

‘¡Frank – su cara está azul!’

‘Revisa su pulso.’

‘Sin pulso. No está respirando.’

‘Despeja su vía aérea.’

‘¡Voy a llamar a una ambulancia!’

‘No harás tal cosa. Comienza a darle RCP mientras yo llamo. Adelante. Despeja la vía aérea. Empieza la RCP. Ponme en altavoz. Usaré mi línea fija para llamar a la ambulancia por ti.’

‘Frank parece que es demasiado tarde. Frank, ¡está muerto! ¿Me oyes? ¡Frank! ¡FRANK!’

Debí haber gritado media docena de veces más. Estaba sentada en el suelo, cubierta de vómito, acunando la cara azulosa de Dan. De repente escuché pasos corriendo en el pasillo, luego deslizándose sobre el vidrio.

‘¡Coño! ¿Qué pasó aquí?’ La voz me era conocida.

‘¿Quién está ahí? ¡Necesitamos ayuda! ¡Aquí en la sala!’

‘¡Espera!’

De repente, de entre las sombras, apareció Dan. Lo miré – luego volví a mirar a la persona que estaba acunando. Ambos estaban vestidos idénticamente: la misma camisa de rayas y pantalones del traje de esta mañana – sin corbata. Al que sostenía estaba salvajemente golpeado en la nariz y la boca. El del pasillo se veía igual que cuando lo vi por última vez.

Me miró, luego corrió y tomó el pulso de su doble. Después de unos segundos, dijo con ecuanimidad. ‘Me temo que se ha ido, Juss. Lo mismo que le pasó a Frank. Muerte cardíaca súbita – provocada, probablemente, por asfixia. Nada hay que podamos hacer.’

‘¿Quién eres?’

‘Es Dan,’ vino la voz de Frank por el altavoz. ‘Imprimí otro. No te preocupes, todo saldrá bien a partir de ahora. Sé exactamente qué hacer. Escúchenme con atención.’

Proximo: 10. Todo está en llamas