1. Hacer la vista gorda

Martes, 24 de diciembre de 2013, 1:30 PM

Me apuro por el Hay Street Mall bajo el abrasador calor de Australia Occidental, me doy de frente con un malabarista callejero y grito ‘¡Perdón!’, retrocedo y choco con un grupo de chicas alborotosas que llevan sobre la cabeza astas de reno de poliestireno, quienes me miran enojadas mientras tropiezo. Esquivo al guitarrista tocando música triste y al hombre del Ejército de Salvación con el estéreo portátil, entro en una tienda de ropa íntima femenina donde suena la versión de Michael Bublé de ‘It’s Beginning to Look a lot like Christmas’ y el aire acondicionado me da una ráfaga helada. Casi de inmediato, una mujer demacrada con labios de colágeno me pregunta: ‘¿Puedo ayudarlo?’

‘Necesito comprar algo para mi esposa.’

‘¿Qué tenía en mente?’

Miro furtivamente los maniquíes ataviados atrevidamente en la tienda y luego, en pánico, bajo la mirada a mi reloj. ‘¡Ay, no!’

‘Tenemos algunas cosas encantadoras...’

‘Gracias, pero mi almuerzo terminó hace cinco minutos’, digo mientras salgo corriendo de la tienda. ‘¡Perdón!’, grito, chocando de nuevo con las mismas chicas con astas de reno que gritan ‘¡Feliz Navidad!’ airadamente mientras me alejo.

Unos minutos después, estoy en el ascensor de mi edificio de oficinas, aún jadeando, secándome frenéticamente con la manga de mi camisa el sudor implacable que brota inmisericorde de cada poro de mi cuero cabelludo. ‘Vamos, vamos’, susurro, contando los pisos en el panel, maldiciendo en silencio mientras el ascensor se detiene en el segundo sólo para llenarse con al menos doce personas regordetas con hálito de fumadores que suben la temperatura en cinco grados meramente con entrar, y que arrugan la nariz con desagrado hacia mí. Cuando la voz del ascensor finalmente anuncia ‘Piso Dieciocho’, me aprieto entre los rodillos humanos húmedos que me sueltan a regañadientes en el vestíbulo de Dixon, Cox and Peters, Abogados. Allí quedo, con la camisa por fuera y ligeramente translúcida, la corbata desarreglada. Lucy, la recepcionista, cuidadosamente pintada con pinceladas impresionistas, levanta la mirada sólo un instante de su terminal de computadora, luego continúa tecleando mientras me habla en un tono nasal monótono.

‘El sr. Blesav lleva esperando quince minutos.’

‘Ay.’

‘Su esposa llamó.’

‘¡No!’

‘El sr. Dixon le está buscando.’

‘¡Ay, no!’ Mi voz tiembla con mis pasos mientras corro hacia los baños. ‘Lucy, ¿podrías decirle al sr. Blesav que me he retrasado otros cinco minutos?’

‘¡Djurdjevic! ¿Dónde demonios has estado?’ Me detengo en seco.

‘Sr. Dixon...’

‘¿Y?’

‘Es Nochebuena...’

‘No es costumbre de esta firma hacer esperar a los clientes. Lucy, asegúrate de que el sr. Blesav sea escoltado inmediatamente. Ahora por el amor de Dios, Djurdjevic, métete la camisa por dentro. Trata de causar una buena impresión.’

‘Sí, señor.’

‘Y otra cosa: haz algo sobre tu problema con el sudor. Te lo he dicho antes, hay médicos que pueden tratar ese tipo de cosas. Pareces un desastre.’

‘Sí, señor.’ Dixon cierra los ojos y sacude la cabeza lentamente. Cuando los vuelve a abrir, dice:

‘Cambiando el tema, le dije a tu encantadora esposa que Agnes y yo estamos felices de aceptar su invitación a almorzar mañana.’

‘Ah...’


3:30 PM

‘¿Quieres ver mi nueva oficina?’ dice la cara regordeta asomándose sobre la parte superior de mi cubículo. Había escuchado sus pisadas firmes desde lejos y anhelé con  fervor que me dejara en paz. Estoy jugueteando con un lápiz entre mis dedos. Mi camisa todavía está fuera del pantalón, mi corbata está aún más desarreglada y mi cabello se ha secado en mechones al estilo Billy Idol. ‘Amigo, no te ves bien. ¿Alguna vez has consultado a un médico sobre tu problema con el sudor?’ Brad lleva en la cara una expresión perpetua de sorpresa, como un canguro en los faros.

‘En este momento estoy bastante ocupado.’

‘¿Sí? Bueno, yo me voy temprano. El viejo Dixon no se enterará. Ya he facturado hasta las 8:30 pm. Ja, ja. Pero deberías ver mi oficina. La vista del río es algo espectacular.’

‘Ajá.’

‘Y Lucy ahora es mi secretaria. No me puedo quejar de eso, ¿eh? Claro, tú estás casado, así que ni siquiera puedes mirar. Ja, ja.’

‘¿Te gusta la Navidad, Brad?’ Levanto la vista del lápiz. ‘Quiero decir, ¿te envuelves en el espíritu navideño, o es solo otro día festivo para tí?’ Brad me mira con expresión vacua.

‘¿Qué quieres decir? Claro que me gusta la Navidad. Antes no. Pero ahora’, dice, dándome una palmada en la espalda tan fuerte que se me cae el lápiz de las manos y aterriza detrás del escritorio, ‘todo está pintando muy bien. Tengo un buen trabajo con oficina nueva. Y ey, los tengo a ustedes. La familia que nunca tuve. Ja, ja. ¿Y tú? ¿No te gusta la Navidad, Dan?’

Pienso por un momento antes de responder. ‘Conmigo es al revés. Solía gustarme la Navidad. Ahora...’

Anímate amigo. Necesitas relajarte. Por otro lado’, baja la voz, ‘¿conseguiste algo para yo regalarle a tu señora?’ Abro el cajón superior de mi escritorio y saco un paquete.

‘Un reloj. Incluso lo envolvieron para regalo.’

‘Genial. Gracias socio. Te lo pago más tarde. Oye, y tú, ¿tuviste suerte?’  

‘No. Tal vez eche otro vistazo después del trabajo.’

‘Una pena. De todos modos, nos vemos mañana en tu casa. ¿A qué hora era?’

‘A las 12:30.’

‘Ahí te veo, Timoteo’, dice Brad, metiendo el paquete en su chaqueta y marchando a pasos pesados, silbando ‘I’ll be home for Christmas’.


8:22 PM

A pesar de que la luz está menguando, el aire sigue tan caliente como un horno de pizza mientras estaciono mi Corolla del 91 en mi entrada, evitando cuidadosamente mirar las malezas gigantes que prosperan en mi jardín y los cocoteros que no. El BMW convertible de Kylie todavía está estacionado en el garaje, así que respiro profundo antes de dirigirme hacia la puerta.

‘Llegué’, digo esperanzado. ‘¿Kylie?’

‘Ya era hora.’ Ella aparece en el descanso de la escalera. ‘¿Por qué no contestaste mi llamada?’

‘Estaba en una reunión, cariño. Lo siento…’

‘No importa.’ Kylie se está poniendo los pendientes de perlas, aquellos que intercambió por los que le compré la pasada Navidad. ‘Iba a decirte que pararas en el supermercado de camino a casa y comprases algunas cosas para mañana.’

‘Todavía puedo ir. Las tiendas están abiertas hasta tarde.’

‘No te molestes. Ya lo he hecho. Alguien tiene que planificar en esta casa. Ven. Ayúdame con esta cremallera. El problema contigo, Dan, es que nunca piensas en nadie más que en ti mismo.’ Cierro su vestido. ‘Gracias. Sabes lo ocupada que he estado preparando este lugar para tus amigos y familiares. Tuve que perderme el tenis. Y tú nunca haces nada en el jardín. ¡Da vergüenza! ¡No me queda otra, mas que soportarlo! Pero el próximo fin de semana vas a subirte las mangas y hacer algo allí afuera. ¡Lo digo en serio! ¡Ah! Y he invitado al sr. y la sra. Dixon a almorzar mañana.’

‘Sí, el sr. Dixon me lo dijo.’

‘¡Caramba, Dan! Por la expresión en tu cara juraría que no quieres un aumento. Pues si no haces algo al respecto, lo haré yo. Mira a Brad. Él sí sabe cómo conseguir lo que quiere. Deberías ser más como él.’

‘Este... Kylie, ¿a dónde vas?’

‘Noche de chicas, tonto. ¿No te acuerdas? ¿Con Yvonne y Leanne?’

‘¡Pero es Nochebuena…!’’

‘No empieces otra vez.’

‘Es que pensé…’

‘Mira, te lo dije hace semanas. No veo cuál es tu problema’, dice Kylie, ajustándose en el espejo del pasillo.

‘Es que te echo de menos, cariño’, digo, rodeando su cintura delgada como la de una bailarina de Zumba, pero ella frunce el ceño y empuja mis antebrazos hacia abajo.

‘¡Deja! Sabes adónde nos lleva eso. De todos modos, me tengo que ir.’ Ella pone la mejilla para que la bese. ‘Muaj, muaj! Puedes tocar la guitarra o algo así. Cómete las sobras de anoche de cena. De todos modos, no duran mucho más.’

‘Te compré un regalo.’ Cojo el paquete que había dejado cerca del perchero y Kylie se detiene.

‘Ay Dan. ¿Qué es? ¿Ropa? ¡Se siente como ropa! Pero sabes que tienes mal gusto. ¡No soporto tener que esperar! ¿Puedo abrirlo ahora?’

‘Si quieres’, digo mientras Kylie rasga el papel de regalo.

‘¿Ropa interior? ¿Me compraste ropa interior para Navidad? ¡Ay Dan, no tienes precio! Ese es el peor regalo. Espero que hayas guardado el recibo.’

‘Sí, por supuesto…’

‘Bueno. No pasa nada entonces’, dice, entregándome el paquete abierto. ‘Voy a llegar tarde, así que no esperes. Hasta luego.’

Sigo de pie, sosteniendo el paquete y mirando la puerta cerrada mucho después que ella se haya ido. Bugsy, nuestro gato, está sobre el tope de un gabinete de cocina junto a un plato hondo para mascotas vacío, maullando y moviendo su cola con incertidumbre, así que tiro el regalo bajo el árbol de Navidad moribundo, decorado con papel de aluminio y voy hacia él.

‘Espera Bugsy’, digo, buscando las galletas en forma de pez en el armario. Al no encontrarlas, abro una lata de ‘atún en agua de manantial’ premium de Kylie. ‘Feliz Navidad’, le digo mientras vierto el contenido en su plato. Bugsy la husmea delicadamente antes de enterrar su cara chata en la comida.

Kylie lo había encontrado un año antes en nuestra acera, sangrando profusamente por una herida en la cabeza. El veterinario dijo que sería mejor sacrificarlo, pero Kylie insistió en que debía ser salvado. Después de una cirugía carísima y una larga convalecencia, el gato se recuperó, aunque le quedó el párpado izquierdo caído. Kylie quería llamarlo ‘Lucky’. Yo opiné que ya que íbamos a nombrarlo como a un gánster deberíamos llamarlo ‘Bugsy’. Es una de las pocas veces que me he salido con la mía.

Me quito la corbata. Luego la alianza matrimonial, que coloco cuidadosamente en el bolsillo delantero de mi pantalón. Este último es un ritual que realizo solo cuando estoy solo, ya que Kylie cree que un anillo de bodas nunca debe quitarse. ‘Es mala suerte’, dice siempre. Sin embargo, por algún motivo nunca me he acostumbrado a llevarlo, probablemente porque deja una profunda e incómoda marca en mi dedo. ‘Porque has aumentado de peso’, dice Kylie, pero sé que no es así. 

Nos conocimos mientras estaba en el último año de la facultad de derecho y Kylie aún trabajaba en un supermercado. En aquellos días, mi madre insistía en presentarme a las hijas de las mujeres de su club de bridge. ‘No estás conociendo a las chicas adecuadas, Daniel’, decía. ‘Un muchacho elegible como tú necesita una chica de clase.’ Kylie era una de ellas.

Era bonita, de rostro redondo, bajita con una cintura delgada, promesa incipiente de piernas carnosas, pelo rubio teñido. Al principio, parecía tímida y callada. Las conversaciones entre nosotros eran inevitablemente incómodas y marcadas por rubores intensos, aunque no tenía dificultades para hablar con mamá, a quien escuchaba con atención, añadiendo ‘¡Lo sé!’ e ‘¡Imagínese!’ en los momentos apropiados.

Cuando expresé mis preocupaciones a mamá, me respondió: ‘Está nerviosa, querido. Eso es de esperar cuando le gustas a una chica. Sinceramente, nunca he conocido a una muchacha más encantadora e inteligente.’

Kylie tampoco tenía dificultades para hablar con Brad, a quien ya conocía del grupo juvenil de la Iglesia Ortodoxa (ella dice que ‘realmente somos como hermanos’) y quien todavía le provoca ataques de risitas. Aunque empezamos la facultad de derecho juntos, apenas conocía a Brad hasta nuestro último año cuando nos pusieron en el mismo seminario legal. Era el tipo de persona que conocía a todos pero con quien nadie admitía tener amistad: una de esos sin nociones sobre el espacio personal y un sentido de la moda con una década de atraso al resto de nosotros.

‘Préstame tus apuntes, ¿vale, compa?’ siempre rogaba, sentado cómodamente en el comedor estudiantil después de faltar a una sesión. ‘Dan tiene los mejores apuntes que he visto, y créanme, he visto muchos. Ja, ja.’ Nuestra ‘amistad’ se forjó durante muchas sesiones de estudio nocturnas en las que Brad decía: ‘¡Ah, ya entiendo! Pero... ¿puedes explicármelo otra vez, viejo? ‘Spera, ‘spera, déjame buscar mi bolígrafo. ¡Aguanta, vas muy rápido!’ Entonces, después de transcribir y repetir en silencio mis palabras, inevitablemente decía: ‘¡Vaya!, creo que voy a patear este examen, ¿no te parece?’

Kylie y yo nos casamos un año más tarde, después de un cortejo vertiginoso que no puedo recordar. Brad, por supuesto, fue el padrino de boda, mis otras amistades me habían abandonado gradualmente a lo largo del año...


Miércoles, 25 de diciembre de 2013, 12:44 PM

Estoy en la cocina cubierto con un delantal floreado, de colores brillantes, colocando trozos pálidos de pavo en una bandeja y goteando sudor mientras lo hago.

Através de la ventana sobre el fregadero puedo ver el patio trasero donde las mujeres están sentadas a la sombra de la pérgola mirando (por enésima vez) las fotos de la boda mientras los hombres se ocupan de la barbacoa siseante.

‘¡Mírate, estás absolutamente preciosa!’, dice mi madre Edna, una mano en su amplio pecho, la otra sosteniendo el iPad. La sra. Dixon también murmura su admiración mientras la tía Beris hojea de foto en foto. ‘Ese vestido, Kylie querida, era tan perfecto.’

‘¡Lo sé, lo sé!’, dice Kylie. ‘Y mira, ahí están Yvonne y Leanne. ¡¿No están bellas?!’

‘Pero no tan bellas, cariño. No debería ser que las damas de honor desluzcan a la novia.’

‘¡Todo estuvo perfecto!’, dice la tía Beris asintiendo. El olor a carne quemándose llega desde la barbacoa.

‘Y aquí estamos en nuestra luna de miel en Byron Bay.’ Kylie suelta una de sus risitas, tapándose la boca y señalando. ‘¡Brad fue tan divertido!’

‘¿Qué hacía Brad en tu luna de miel?’, pregunta la sra. Dixon.

‘Ay, se encontró con nosotros después de visitar a mis parientes en Newcastle.’

‘Entiendo…’

En la barbacoa envuelta en humo, mi algo emaciado padre, Jack, está toreando las llamas ocasionales y los chisporroteos de la carne que de cuando en cuando escupe pequeñas erupciones de grasa, esgrimiendo su espátula. Su delantal floreado, idéntico al mío, cuelga de él como un toldo colapsado. El sr. Dixon está de pie cerca, cerveza en mano, hablando con mi tío Frank.

‘Este Impuesto al Carbono es una estupidez absoluta’, dice el sr. Dixon. ‘¡Me alegro tanto que el gobierno lo va a eliminar! Me refiero, todo el asunto del cambio climático, ¡Basta ya, denle un descanso!’ Tío Frank toma un trago de su cerveza y me guiña un ojo.

Suena el timbre y Kylie grita ‘¡Yo voy!’ y corre dentro de la casa através de las puertas corredizas abiertas. Momentos después la oigo gritar ‘¡Brad!’ y siento una oleada de náuseas.

‘Feliz Navidad! ¡Jo, Jo! ¡Ja, ja!’

‘¡Muaj, muaj! ¡Ay, ¿qué has hecho?! ¡Y yo, que no te he comprado nada!’

‘Vamos, ábrelo.’ La voz de Brad se va haciendo más fuerte según entra en la cocina. ‘¡Dan, sinvergüenzón! ¡Feliz Navidad!’ Me da un espaldarazo y un ala de pavo se me cae de la mano al suelo donde Bugsy la olfatea delicadamente.

‘Creo que ha llegado Brad. ¡Tan buen muchacho!’, dice la tía Beris.

‘Daniel, ¡saca el resto de esa carne para tu padre!’, grita mamá.

‘Ay Dios mío… ¡Brad!’ Kylie finge quedarse sin aliento mientras examina el reloj de oro y plata con el brazo estirado. ‘Es hermoso. ¡Ay, gracias, gracias! ¡Muaj, muaj!’ Brad se balancea tímidamente de un pie a otro, elevando las manos con gesto de ‘¿qué puedo decir?’

‘Daniel, ¿me oíste?’

‘Sí, mamá.’

‘Mi Daniel es un poco despistado. Es trabajador, pero a veces necesita que lo espabilen un poco’, la escucho comentarle a la sra. Dixon. ‘Me temo que heredó eso de su padre.’

Mientras tanto, Kylie se ha puesto el reloj y me lo muestra, con la muñeca flácida. ‘Mira, Dan. ¿No es fabuloso?’ Gira hacia Brad: ‘Vamos, todos están afuera en la parte trasera’, dice, enganchando el brazo en el suyo y llevándolo hacia las puertas corredizas. Cojo la bandeja y levanto la vista justo a tiempo para ver al sr. Dixon darle un apretón con ambas manos a Brad y a Kylie corriendo de puntillas hacia la pérgola donde las mujeres acuden a su brazo extendido como gaviotas a una patata frita.

Mientras me acerco a la barbacoa intento evitar la nube de humo pero me persigue donde quiera que vaya.

‘Gracias hijo’, dice papá, parpadeando furiosamente mientras lanza muslos frescos entre las ruinas carbonizadas.

‘¿Dónde me quedé? Aja sí, el Impuesto al Carbono’, dice el sr. Dixon a tío Frank, que está masticando un trozo de pavo, un fragmento carbonizado aferrado a su barbilla. ‘Si el Senado no lo elimina, ¿sabes lo que debería hacer el gobierno?’ Los dos hombres se apartan para dejar pasar el humo entre ellos. ‘Disolver ambas cámaras’, le dice a la nube.

‘Por el amor de Dios Jack, ¡se está quemando!’, grita mamá.

‘Es el glaseado’, gime él. ‘Siempre se quema.’ Echo un poco de cerveza sobre las llamas.

‘Disolver ambas cámaras, te digo. Convocar a nuevas elecciones.’ Una mano se estira tanteando entre la humareda en respuesta.

‘Creo que es hora de llamar a los bomberos’, dice la sra. Dixon.

El humo se disipa y revela al tío Frank de rodillas agarrándose la garganta, sus gafas cuadradas torcidas y su rostro tornándose morado.

‘¡Compa, me matas de la risa!’, dice Brad, divertido. Entonces Frank se desploma de boca. Puedo ver su coronilla, y su calvicie incipiente. ‘Es todo un comediante’, continúa.

‘¿Frank, estás bien?’, grita papá. La sra. Dixon corre hasta nosotros mientras lo volteo.

‘Creo que ha dejado de respirar’, dice. ‘Rápido, que alguien llame a una ambulancia.’


Lunes, 30 de diciembre de 2013, 9:25 AM

‘Era un hombre de ciencia y un hombre de Dios.’ El padre Milovan hace una pausa para enjugarse la frente. ‘Como físico nuclear, era capaz de ver la misteriosa obra de Nuestro Señor incluso en las cosas más pequeñas.’

‘Creía que era ateo’, susurra Brad por encima de mi hombro.

Estamos en primera fila bajo la cúpula bizantina. Mi padre está a mi lado, con la cabeza inclinada y los hombros delgados hundidos aún más por el peso de la pérdida. Kylie y yo hemos chocado sobre el testamento de Frank. Amenazó con boicotear el funeral, pero cedió en el último momento y ahora está de pie al otro lado de papá y mamá en señal de protesta silenciosa.

‘También era un hombre de familia... aunque no tenía mujer ni hijos propios, se desvivía por su hermano Jack’, señala con la cabeza hacia la primera fila, ‘su cuñada Edna’ (mamá sonríe y asiente, secándose los ojos con un pañuelo) ‘y su sobrino...’ Me mira. ‘Todos le echaremos muchísimo de menos.’

‘Frank no conocía a este cura, ¿verdad?’

‘Por el amor de Dios, Brad’, susurro con voz ronca, ‘cierra la cabrona boca.’

‘Vale, vale. Estás enfadado, lo sé.’ Brad se echa atrás. Miro a mi padre, que está ensimismado y no nos ha oído.

‘Dios se ha llevado a nuestro querido Frank. Se lo ha llevado por razones que sólo Él conoce.’

Brad susurra: ‘Porque nunca fue a la iglesia, supongo’, lo fulmino con la mirada.


2:50 PM

De vuelta en casa, estoy de pie junto a la mesa plegable mirando los bocaditos triangulares, el queso en cubitos y el sushi glutinoso que ofrece ‘Áustero e Hijos, directores de funeraria. Nos encargamos de todo lo necesario para que su ser querido y usted descansen en paz’. Mamá y Kylie están al otro lado, hablando en voz baja.

‘Parece que el sr. Djurdjevic se lo ha tomado muy a pecho’, dice Kylie inclinando la cabeza hacia papá, que está sentado solo bajo la pérgola con la cabeza entre las manos.

‘Debería. Ha sido culpa suya.’

‘¡No le habrá dicho eso, ¿verdad?!’

‘¡Claro que sí! Ya se lo había advertido. Le dije ‘Jack, uno de estos días vas a matar a alguien con tu comida, ¡y mira! A su propio hermano.’

‘¿La tía Beris está bien?’

‘Todavía está superando el choc de todo esto. Y pensar que esperó tanto tiempo para que Frank se fijara en ella. No sera lo más correcto decir esto pero mi hermana tuvo para escoger mejores partidos que Frank.’

‘Se lo creo, Frank era demasiado raro. Era muy difícil entenderse con él.’

‘Era aburrido, querida. Como mi Jack, pero peor. Todas esas tonterías científicas lo hacían incapaz de hablar sobre las cosas realmente importantes. Pero lo que realmente me indigna es cómo nos ignoró por completo en su testamento.’

‘¡Ay, no me toque ese tema! Dan me sale con lo de: ‘No me importa, Frank tenía derecho a hacer lo que le diera la gana con su dinero’ y yo le digo: ‘Pero Dan, ¡tú eras su pariente favorito, ¿no podemos impugnar el testamento o algo así?!’ Y él sale con: ‘¡No, nooo!, no podemos hacer eso’, como si fuera imposible.’

‘¿Y por qué no? Frank estaba claramente fuera de sí.’

‘¡Exactamente! Me enfadé tanto con su hijo, Edna, ¡de verdad!’

‘Con todo tu derecho, querida. Hablaré con Daniel, no te preocupes por eso. Lo que no me cabe en la cabeza es que Frank le dejara todo a ese tipo ‘Pico de Jarra’.’

‘Pikkeljig. Se llama Fenyops Pikkeljig’, interrumpo.

‘¡Lo que sea!’ Mamá me despide con la mano sin darse la vuelta. ‘Tenía una casa en Wanneroo y un coche nuevo. Debía de tener mucho dinero. Se pasaba volando a la costa este y al extranjero sabrá Dios para qué, algún negocio chueco. Probablemente pervertido también. Me refiero, si le deja todo su dinero a un hombre, eso da que pensar, ¿no?’

‘Claro que sí.’

‘Cambiando el tema’, Edna baja la voz, ‘Kylie querida, ¿quién era esa chica con la que Brad estaba hablando a la salada de la iglesia?’

‘¿La fulana del pelo negro largo? No la conozco. Pero no me gustó. Me pareció muy creída. Toda presumida. Y sus piernas eran flacas.’

‘Demasiado delgadas. Tal vez Dan sabe quién era. ¿Dan...?’

La oigo, pero me alejo disgustado hacia papá, que sigue sentado, encorvado, bajo la pérgola.


Jueves, 2 de enero de 2014, 1:01 PM

Estoy en el cubículo de mi oficina, embistiendo contra los papeles esparcidos como confeti gigante sobre mi escritorio y echando miradas nerviosas al reloj de pared de los años cincuenta que lleva la cuenta sobre la mayor parte de las horas de mi vida.

El sr. Dixon abre la puerta de su despacho y brama: ‘¡Le prometí a tus padres que podrías trabajar en lo del patrimonio de tu tío durante las horas de oficina, Djurdjevic! Pero no tardes demasiado. Recuerda que es pro bono. Tenemos facturas, y eso significa trabajar para clientes que pagan. Djurdjevic, ¿me estás escuchando?’

‘Sí, señor.’ Hago una pausa. ‘Tengo ese almuerzo con el sr. Pikkeljig a la una en punto. Discutiremos la transferencia de los activos del tío Frank a su nombre.’ 

El sr. Dixon mira el reloj de pared y luego su reloj. ‘¡Ya estás tarde! No es de extrañar con ese desorden. ¡Organización, muchacho! ¡Disciplina! Un escritorio limpio es señal de una mente clara. ¡Obviamente tienes la  cabeza llena de disparates!’ 

‘Sí, señor.’ 

‘Bueno, pues ponte para eso’, dice el sr. Dixon agitando la mano y suspirando. Momentos después de que cierra su puerta, la de Brad se abre sugilosamente y se asoma detrás de ella.

‘Dixon te estuvo dando fuete, ¿eh, compa?’

Oye Brad, ¿has visto el expediente del tío Frank? Estoy seguro que lo puse sobre mi escritorio justo antes de irnos al funeral.’

‘Claro, sólo tenías que pedírmelo.’ Brad desaparece y vuelve un momento después con una carpeta.

‘¿Qué carajo hacías con ella?’

‘Sí… Ah...’ Brad aletea las cejas un par de veces. ‘¿Me viste hablando con esa belleza de pelo oscuro en el funeral?’

‘No... ¿Qué tiene que ver?... no viene al caso, ¡dame acá! Ya voy tarde.’

‘Es la abogada de Pikkeljig. Parece que no pudo venir, así que ella está aquí para discutir el testamento. Quería ver qué podía averiguar todo sobre ella. Espero que no te importe.’

Le quito la carpeta. ‘Entonces, ¿Pikkeljig no ha quedado en almorzar conmigo?’

‘No. La chica ha quedado con nosotros. Justine Shelley. Y compa, es un bombón. Ja, ja.’

‘Nadie te invitó Brad.’

‘¡Ay, vamos! ¡Sabes que soy bueno en las reuniones! Las reuniones son lo mío.’

‘¿Por qué no se me presentó en el funeral?’

‘Le dije que estabas demasiado afligido para hablar de negocios y que podía hablar conmigo en tu lugar. Total, estás casado. Ella no es para tí. Ja, ja. Toma tu chaqueta. Si tomamos el autobús llegaremos en diez minutos.’


1.12 PM

El aire en la calle está tan caliente y húmedo como el interior de una secadora de ropa. Siento que se me pega la camiseta y levanto los brazos mientras corremos, para que la débil brisa del este me seque lo más posible. Una gota de sudor se desliza y cuelga ignominiosamente de la punta de mi nariz.

‘Cuéntame. ¿Qué hay con ese tal Pikkeljig? ¿Por qué Frank le dejó todo? ¿Conoces a ese tipo?’ Brad da pisotones fuertes a mi lado y su voz tiembla con cada pisada.

‘Nada sé de el. Hice lo que decía el testamento del tío Frank y le envié un correo electrónico a Pikkeljig, através de sus abogados. Dime, ¿conoces este lugar al que vamos?’

‘Claro. Es justo aquí. ¡Ey, para!’

Doy la vuelta y Brad me señala una puerta que anuncia ‘Palacio de Pekín’. Respiro hondo y me limpio la nariz con la manga. ‘Todo lo que sé, Brad, es que Fenyops Pikkeljig vive en algún lugar de Melbourne. Frank nunca lo mencionó. La primera vez que oí hablar de él fue cuando descubrí que Frank quería que yo fuera el albacea de su testamento.’

‘Debían ser buenos amigos, ¿eh? Muy buenos amigos - sabes a lo que me refiero, ja, ja.’

‘Por última vez, Brad: el tío Frank no era ‘gay’.’ Cuando entramos en el restaurante, algo sombrío, me fijo en varios aires acondicionados antiguos montados sobre unos soportes oxidados que soplan aire viciado y húmedo ineficazmente por la sala. Un camarero vestido pulcramente y atento se nos acerca. Siento las gotas de sudor fresco brotando de mi cuero cabelludo. ‘Tenemos una reservación. Creo que a nombre de Pikkeljig.’

‘Ah, sí, señor. Una joven ya está aquí. Acompáñenme.’

Le seguimos por un sinuoso sendero entre sillas de madera ocupadas por corpulentos hombres de negocio que hacen rotar sus bandejas giratorias y sorben fideos bajo dragones de papel maché.

‘Supongo que estarás encabronado con todo esto’, dice Brad.’ ¿Por qué Frank no te ha dejado nada? ¿Qué clase de nombre es ‘Fenyops Pikkeljig’? Parece una broma.’

‘No es peor que Bradley Igeodiputis.’

‘¡Oye, cuidado! Igeodiputis es de abolengo y con una orgullosa tradición.’

El camarero señala una de las mesas, donde una mujer en un vestido de oficina azul marino está absorta en un expediente. Levanta la vista y sonríe cuando nos acercamos, se yergue ligeramente y me tiende la mano.

‘Hola, soy Justine Shelley.’ Me fijo que tiene el pelo largo, oscuro e imposiblemente recto, como una sola hoja de seda que le cuelga hasta la mitad de la espalda. Tiene la piel tersa y bronceada, los pómulos pronunciados y unos ojos euroasiáticos que me traen a la mente ébano pulido.

‘Dan Djurdjevic. Encantado de conocerle Justine. Creo que ya conoce a mi asociado Brad.’

‘Sí. Hola Bradley.’ Ella estrecha su mano entusiasmada y Bradley se tumba a su lado, sonriendo como personaje de caricatura.

‘¿Gusta usted té chino?’ pregunta el camarero, y yo, sintiendo una nueva oleada de sudor, me escucho decir ‘sí’.

‘Y también un poco de agua fría. Hace mucho calor, ¿no crees?’ Justine se frota el cuello con una servilleta mientras habla, pero a mí me parece estar perfectamente lozana. El camarero asiente y se retira rápidamente a la cocina. ‘Creo que ha habido una ola de calor en Perth. En Melbourne también, aunque no suele durar tanto.’

‘Nadie se acalora más que Dan. Pareciera que acabas de meter la cabeza bajo un grifo, viejo. Tiene un problema con el sudor. Ja, ja.’ Me retuerso en la silla frente a Justine y la miro através de una nube de vapor, sintiendo como se me sonrojan las mejillas. Si Justine nota mi incomodidad, no lo demuestra.

‘Sabes, creo que ayuda pasarse un vaso de agua fría por la frente’, dice con naturalidad. Como si lo hubieran ensayado, el camarero reaparece con vasos de agua helada y me pone delante el que tiene más hielo. Justine coge el suyo y se lo apoya en la frente aceitunada.

‘Así que... ¿Representas al sr. Pikkeljig?’ pregunto, pasándome el vaso por la frente y sintiendo la fría humedad.

‘Mi bufete, sí. En casi todo. Generalmente, transferencias de propiedades. Dan... ¿puedo llamarte Dan?’ Asiento con la cabeza. ‘Primero déjame decirte que siento mucho lo de tu tío. Debe haber sido un gran choc para ti y tu familia.’

‘Gracias... Fue muy repentino.’

‘Me lo imagino. Y odio tener que hablar de negocios en un momento así.’ Sacudo la cabeza y hago un gesto de que no importa.

‘Nunca habíamos oído hablar de Pikkeljig, ¿verdad, Dan?’ Bradley se inclina hacia delante en su silla, alternando la vista de Justine a mí y viceversa como un árbitro de tenis, pero Justine no pareciera darse cuenta.

‘La verdad es que nuestro bufete tampoco había oído hablar de tu tío...’ Hace una pausa mientras el camarero reparte los menús. ‘Así que supongo que ambos nos hemos llevado sorpresas.’

‘Háblanos un poco del sr. Pikkeljig. ¿Quién es?’ Sigo con el vaso en la frente y noto que empiezo a sentirme más fresco. De hecho, el goteo de sudor por mi espalda y mis axilas parece haberse detenido.

‘Ah... Nunca le he visto. En persona, claro. Pero he hablado muchas veces con él por teléfono. El sr. Pikkeljig es un inversionista en inmobiliarios. Algo excéntrico, pero simpático. Habla con autoridad, casi como si te estuviera agarrando físicamente. Al mismo tiempo, te hace sentir como si fueras la única persona en el mundo.’

‘Suena como el tío Frank’, digo con una sonrisa irónica. ‘¿Has hablado con el sr. Pikkeljig últimamente?’

‘Pues no. Ya hace unos meses. Tenemos instrucciones permanentes de actuar en su nombre en cualquier asunto. Por ejemplo, me ha pedido que le represente en cualquier funeral, es por eso que estoy aquí. Pero ha estado fuera de contacto desde hace algún tiempo.’

‘¿No es un poco inusual?’ pregunto.

‘No, la verdad es que no. El sr. Pikkeljig viaja mucho.’

‘Parece que tenía mucho en común con el tío Frank.’

‘Nuestro Frank era un hombre de misterios. Y eso que pensábamos que era una momia aburrida. ¿Verdad, Dan?’ Brad se dispone a darme una palmada en la espalda, pero lo fulmino con la mirada y la palmada vacila, luego desvanece.

‘Debe de ser difícil. Para toda tu familia. El hecho de que él no... la parte financiera, quiero decir.’ Justine baja la mirada y me fijo en sus dedos pulgares, inusitadamente largos y delgados.

‘Creo que las personas que más quieren el dinero de Frank son las que menos derecho tienen. Me honra que me mencionara en su testamento. Daría lo que no tengo por tenerlo de regreso...’ El silencio incómodo que sigue es roto por el camarero que pregunta si estamos listos para ordenar.

La verdad es que estoy un poco enfadado con Frank por lo del testamento. Bueno, tal vez esa palabra es un tanto fuerte. Decepcionado. El testamento me ha dejado la sensación de serle menos íntimo de lo que pensaba. No obstante, sin duda que nos habíamos alejado estos últimos años, así que supongo que no tenía derecho a esperar un cariño profundo de su parte.

Frank había estado pendiente de mí. No era el tipo de tío que me llevara a pescar cuando era niño. ‘Odio pescar’, decía Frank. ‘Es una enorme pérdida de tiempo. No genera creatividad alguna. Recuerda, Dan, utiliza cada momento de forma creativa y no desperdiciarás tu vida.’

Era el tipo de tío que se pasaba horas con mi yo adolescente, enseñándome los rudimentos de la guitarra y grabando música en una vieja grabadora de carrete cuatro pistas. ‘Tienes talento, Dan’, me decía, y me regalaba casetes de instrucción que nunca escuchaba.

En lo que respecta a la música, Frank se quedó rezagado en la de los finales de los setenta y principios de los ochenta. Le encantaban los artistas australianos que la mayoría del mundo no conocía, como Paul Kelly y ‘Cold Chisel’. Pero, sobre todo, le encantaban los ‘Hunters and Collectors’, un grupo que yo también había llegado a adorar. ‘Su música era pura, sin adulteración. Nunca tragaron esa basura electrónica.’

Frank tenía un ‘look retro’ que le cuadraba, aunque él era más de los setenta, con su gusto por los cárdigans (aún recuerdo su favorito, apolillado y azul, con parchos en los codos) y todo lo relacionado con la pana.

A medida que fui madurando, nuestra amistad trastabilló. Yo estaba cada vez más ocupado en la universidad y Frank se ausentaba con frecuencia. El matrimonio mío con Kylie fue la gota que colmó el vaso de nuestra amistad. Frank era muy cortés con Kylie, demasiado. Sólo yo me daba cuenta de que era una señal del desprecio absoluto que Frank sentía por ella. A su favor, Frank nunca dijo una palabra en contra de Kylie, pero la franqueza que antes habíamos compartido se resintió en consecuencia.

Por su parte, Kylie trataba a mi querido tío Frank como a un imbécil. ‘Es tan aburrido’, se lamentaba. Cuando venía a cenar algunas veces, Frank escuchaba atentamente a Kylie y le hacía todas las preguntas pertinentes como: ‘¿Por qué elegiste cortinas lavanda?’ Pero Kylie nunca quedaba satisfecha. ‘Es demasiado amable, ¿no crees? No tiene nada interesante que decir. ¿De qué hablaban ustedes dos a solas?’


2:21 PM

Compaaa!’ vocifera Brad, mientras caminamos hacia la parada de autobús, ¡Le gustas, era obvio!’

‘Cállate, Brad’

‘Más claro no canta un gallo. Le gustas y mucho.’

‘¿Te han dicho alguna vez cuán pendejo puedes ser?’

‘¿Qué? Sólo digo las cosas como son. ¿Te das cuenta de lo malhumorado que has estado últimamente? ¡Joder! Estoy empezando a sentirme herido, ¿sabes? Lo único que haces últimamente es patearme el culo.’

‘Deja las insinuaciones. No estoy de humor.’ Ha entrado la brisa marina y disfruto de su soplo refrescante.

‘Porque estás pasando por mucho, te lo perdono’ No contesto. ‘¿Cuándo volverás a verla?’

‘Brad, vuelve a Melbourne esta tarde. No la volveré a ver. Punto.’

‘Supongo que es lo mejor. No tiene sentido engañarla.’

‘No tenía intención alguna de engañar a nadie.’

‘Me fijé que no llevabas tu alianza. Te crees muy zorro, ¿no?’

‘Sabes que a menudo no llevo mi anillo.’

‘Claro, claro. ¿No da mala suerte quitarse la alianza?’

‘Eso es lo que piensa Kylie. No se lo digas, ¿vale?’

‘Ey amigo, mis labios están sellados.’ Brad hace como si cerrara una cremallera en su boca. ‘¿Tienes su número?’

‘¡Por el amor de Dios! Tú estabas allí. ¿Tú qué crees? Mira, de aquí en adelante ella no necesita involucrarse mas, excepto por algunos trámites adicionales.’

Mirando atrás, no había ninguna necesidad de esa reunión. Durante el almuerzo hablamos brevemente de los bienes del tío Frank y le prometí a Justine que le enviaría una lista completa a finales de la semana siguiente. Pero en realidad no había prisa alguna: las transferencias sólo podían hacerse después de la legalización del testamento, lo que llevaría meses como mínimo. El resto de la ‘reunión’ fue una charla que disfruté mucho. Incluso ahora no puedo dejar de pensar en la risa sorprendentemente sonora de Justine, la forma en que apoyaba la barbilla en las palmas de las manos, los codos despreocupadamente sobre la mesa, la enfocada intensidad de sus ojos oscuros. Y la mano alentadora que puso brevemente sobre la mía...

‘¿Estás seguro de que Frank no ocultaba algo?’

‘¿Eh?’ Me vuelvo hacia Brad, que se ha quedado un paso atrás.

‘Todo el mundo pensaba que era rico.’

‘No, no. Como te he dicho, tenía su hogar y su coche. Nada en sus cuentas bancarias. Algunos efectos personales. Tengo que hacer una visita a su casa y cotejarlo todo.’

‘¿Cómo vas a entrar?’

‘Frank era bastante organizado. Dejó una llave con su testamento y e instrucciones específicas sobre su sistema de seguridad. Todo.’ Un autobús de la zona centro se detiene frente a nosotros y algunos pasajeros de aspecto agriado salen, abriéndose paso con los hombros, de su interior climatizado.


6:34 PM

Dirijo mi coche hacia nuestra entrada pavimentada, elevada en sus ranuras por la maleza.

Al otro lado de la calle veo estacionado el Hyundai Excel de Leanne y me estalla un quejido interior. Ritualísticamente, desvío la mirada de mis cocoteros raídos que se inclinan bruscamente con la brisa marina, pero desafortunadamente directo a los ojos de mi vecino Neozelandés Jim, quien me saluda entusiasmado. Su jardín, a diferencia del nuestro, es una imagen paradisiaca, aunque siempre hay un pedazo bajo renovación.

‘Hola Jim’, digo mientras salgo del coche.

‘Hola, ‘mano. ¿Cómo estaj?’

‘Bien. Parece que te estás preparando para hacer algo grande aquí fuera’, digo señalando los enormes montones de arena amarilla que han sido depositados en la acera.

‘Sí, he tenido tremendo problema con ejte grama del frente. ¿Te acuerdaj que lo bajamoj to’ veinte centímetroj? Tuvimoj que quitar la grama, excavar la tierra y botarla, luego poner de nuevo la grama. Bueno, decidimoj subirlo máj. Vo’a tener que arrancar la grama, rellenar con máj tierra y volver a poner la grama. Creo que se talda varios fines de semana, ¿vej?’

‘Entiendo’

‘También tengo que romper esa plancha de concreto que puse. Pa’ eso traje el barreno hidráulico. Pondré adoquinej en su lugar. Debería quedar bien chévere.’

‘Supongo. Bueno, nos vemos Jim.’

‘Te veo, pana. ¡Cuídate!’

Abro la puerta del frente y escucho a Leanne decir ‘¡Mira!’ antes de reirse a carcajadas.

‘¡Y mira a Brad!’ grita Yvonne. Otra risa estridente.

‘Hola chicas.’

‘Ay, hola Dan’, dice Kylie sin levantar la vista. Yvonne y Leanne, que están apretujadas a ambos lados de ella, ni hablan mientras miran su iPhone.

‘¿Qué están mirando?’

‘Fotos de la víspera de Año Nuevo’, dice Yvonne, secándose una lágrima del ojo derecho. ‘¡Son tan cómicas!’

‘Oí mencionar a Brad. Pensé que era otra noche de chicas…’

‘Nos encontramos por casualidad en el pub’, dice Kylie, saludando con la mano en mi dirección general. ‘¡Aquí está otra vez!’ Otro chillido de risa conjunta y Leanne sacude ambas manos furiosamente, apretando los ojos cerrados.

‘Bueno, estaré en el cuarto de desahogo si me necesitan’, digo, pero ninguna me responde.

El cuarto de desahogo es donde guardo mis efectos personales. ‘Puedes hacer todo el desorden que quieras allí con tus juguetes’, dijo Kylie al principio. De hecho, anhelo desesperadamente limpiarlo, hacerla ‘mía’, donde pueda sentirme cómodo y disfrutar de mis pasatiempos. Pero la verdad es que apenas tengo tiempo para tirar cosas en él y salir corriendo: trabajar en Dixon, Cox y Peters ocupa casi todas mis horas despierto. Así que experimento la misma sensación creciente de desesperación cada vez que abro la puerta, notando el constante crecimiento de la capa de polvo que cubre todo.’

Guardo mi ropa en el armario, ya que el vestidor de nuestra habitación está destinado enteramente a la extensa colección de ropa de mi esposa. Mis ‘juguetes’ consisten en mi colección de CDs de ‘Hunters and Collectors’, mi computadora, una guitarra eléctrica barata y el banco de pedales de efectos, de los setenta, que Frank rescató de un montón de chatarra mientras visitaba Japón. ‘Sabes’, solía decir Frank, ‘o pagas una fortuna para crear el sonido que estas cositas logran, o nada en absoluto.’ Como regalo de cumpleaños me los dispuso todos ordenados sobre una base de madera a presión. En diez años los he usado sólo unas pocas veces. ¿De verdad han pasado ya diez años?

Mirando el tablero de pedales polvoriento recuerdo una pregunta que quería hacerle a Frank: si la luz se refleja en un espejo para producir una imagen con sentido direccional invertido, ¿qué sucede con el sonido? ¿Es su imagen especular también en sentido invertido? Y, si es así, ¿cómo difiere del sonido original? Un científico como Frank, interesado en la música, debe haber conocido la respuesta, por algún motivo nunca llegué a preguntarselo. Y ya es demasiado tarde.

Oigo y siento el irritante, tembloroso inicio del barreno hidráulico justo fuera de mi ventana. Al menos Frank podría haberme dejado la grabadora de cuatro pistas y sus guitarras, pienso, preguntándome si le tendrían valor a Fenyops Pikkeljig. ¿Consideraría quizás Pikkeljig vendermelas?

Una mirada rápida a la bandeja del correo me dice que esto es poco probable, por la sencilla razón que no podría ofrecer dinero alguno. Las facturas se apilan alto en la bandeja, donde le tengo dicho a Kylie que ponga toda la correspondencia de negocio. El hecho de que Kylie a menudo olvide poner las cosas allí me pone aún más nervioso. Hojeando los papeles de encima puedo ver numerosas cuentas de tiendas por departamentos de marca y boutiques. El balance de la tarjeta de crédito está, ominosamente, en su límite. Incluso la factura del teléfono es el doble de lo que fue el mes pasado, sin mencionar la cuenta de su portátil, en el renglón inmediatamente debajo.

La puerta está entreabierta y Bugsy se desliza dentro, maullando un saludo contra el fondo del martilleo. Dejo caer los papeles y lo levanto, sosteniéndolo para que toquemos narices, una muestra de afecto que Bugsy me dedica sólo a mí. Es un gato extraño. De hecho, dormimos más o menos ‘cara a cara’, algo de que Kylie, que usa tapones para los oídos y careta para dormir, apenas se da cuenta.


Sábado, 4 de enero de 2014, 6:29 AM

Es sábado. Despierto, despego a Bugsy de mi cara y miro a mi esposa, que está durmiendo sobre su espalda con la boca abierta, emitiendo una respiración carraspeante. El reloj de la mesita me indica que son las 6:30 am. Kylie no se levantará antes de las 11:00 am. Normalmente iría a trabajar, mis únicos consuelos siendo no tener que afeitarme, usar traje, escuchar a Brad o al sr. Dixon.

Sin embargo, hoy he decidido ir a la casa del tío Frank. Me levanto cuidadosamente de la cama y camino en puntillas hacia la silla donde dejé algo de ropa cuando la voz de Kylie croa a mi espalda con todo el volumen de alguien que lleva puesto tapones de oído.

‘No te olvides, hoy te toca hacer jardinería, señorito.’ Suelta un quejido y se incorpora, una mano levantando su careta mientras la otra saca uno de sus tapones ‘¿Qué hora es? ¡Por Dios, Dan; eres un atrevido!’

‘Vuelve a dormir, cariño. Voy un rato a casa de tío Frank.’

‘Tu maldito tío.’ Su voz aún suena ronca y su cara hinchada parece más redonda de lo normal. ‘¿Cuándo saldrá de nuestras vidas de una vez por todas?’ Le frunzo el ceño y ella se deja caer de nuevo sobre la almohada. ‘Pues no es como si nos hubiera hecho algún favor. Asegúrate de dejar tiempo como para hacer bastante jardinería. Ya te lo he dicho, no aguanto más.’ Se voltea, vuelve a colocarse la careta y busca el tapón que dejó caer sobre las sábanas. Me pongo la camiseta, sin responder y me dirijo hacia la puerta. Afuera en alguna parte, el barreno hidráulico de Jim se pone en marcha.

Mi tío solía vivir en una cabaña del estilo arquitectónico ‘Primera Federación’ en Northbridge, al borde del centro de la ciudad. (N. del T.: ‘Federation style’ [estilo Federación] es un estilo arquitectónico propio de la Australia de principios del siglo XX. Tiene varios subestilos.) Tengo buenos recuerdos de la infancia jugando allí sobre las crujientes tablas de madera jarrah bajo techos altos de latón. Pero unos años después de mi boda, Frank se mudó a los suburbios del norte. He visitado su nuevo hogar sólo un par de veces. Supongo que nunca me sentí cómodo allí; parecía tan insípido, tan... no como el tío Frank. Era como si hubiera cambiado su vida: a una en la que yo no jugaba papel.


Sábado, 4 de enero de 2014, 7:33 AM

Doblo en la entrada y me pregunto si estoy en la casa correcta; todas lucen iguales: monolitos toscanos falsos. Después de verificar el número, tiro del freno de mano y apago el motor. Observo un pequeño jardín sin árboles, arena amarilla por todas partes y maleza brotando entre las piedras del pavimento. Es claro que, al igual que su sobrino, el tío Frank no era jardinero. Me detengo en la puerta del frente y saco la carta doblada de mi bolsillo delantero.

Dan

Cuando entres, verás un teclado de inmediato a tu izquierda en la pared. Tienes 40 segundos para marcar 6514. Si olvidas el número, acuérdate de FEN, el apodo de mi beneficiario, es decir, F = 6, E = 5 y N = 14. No es precisamente lo que llamarías un código sofisticado, ¿verdad? En fin, pórtate como buen abogadito y haz lo que tengas que hacer.

No olvides que la camisa filipina en el armario es para tu papá. Y las botas vaqueras son para ti. Sé que siempre te han gustado. ¿Te acordarás de revisarlas para asegurarte que no haya viudas negras dentro? (N. del T.: La ‘redback spider’ o viuda negra australiana es una especie de araña común en el país, altamente tóxica.) Las muy cabronas se la pasan tratando de anidar ahí. Hasta luego.

Frank

Hago una mueca mientras vuelvo a doblar la carta. No recuerdo ningunas botas vaqueras y nunca he tenido un gusto particular por las cosas del country o western. Nada, hay un contenedor para donaciones de Good Sammy’s camino a casa…

Giro la llave en la cerradura, abro la puerta y la alarma comienza su conteo regresivo con pitidos. Hay un ligero olor a pintura mezclada con polvo de cemento cuando entro al vestíbulo. Las pesadas persianas y cortinas que cubren cada ventana hacen que el interior de la casa esté oscuro. Afortunadamente, el teclado está iluminado y, después de ingresar el código, reina el silencio, salvo por el zumbido del refrigerador. Busco un interruptor de luz, lo encuentro y enciendo la bombilla desnuda que cuelga en el pasillo.

Casi de inmediato me convenzo que la lista de activos será muy fácil de finalizar. Si acaso, la casa está más vacía que la última vez que la vi. La sala hundida tiene el mismo televisor de los años ochenta que Frank tenía cuando yo era niño, y un sofá futón plegable sin funda. La cocina parece que nunca ha sido usada: un fregadero de acero inoxidable con su área de secado, que todavía está rayada con el esponjado áspero del azulejista y una mesa redonda para desayunar de IKEA con cuatro sillas de pino. El refrigerador tiene algo de queso enmohecido, medio tarro de pesto, unos pocos tomates miniatura arrugados y pepinos descompuestos y licuados, todo lo cual recojo en una bolsa de plástico y llevo al contenedor de basura en la acera.

Mis pasos resuenan en el suelo de concreto mientras camino hacia la lavandería, donde veo una lavadora y secadora, y algunas camisas arrugadas en una canasta de plástico descolorido. Un armario abre a un espacio debajo de la escalera que almacena una caja de cebos para cucarachas, varios detergentes, una escoba desgastada, una pala sin mango y un cubo lleno de palillos de tender quebradizos.

Arriba, las habitaciones están vacías, excepto el dormitorio principal que tiene un futón tamaño ‘queen’ y una pequeña mesa de noche llena de calcetines y ropa interior doblados nitidadamente. Enciendo la luz en el vestidor y veo el familiar cárdigan azul de tío Frank, un par de trajes, algunas corbatas, jeans y, por supuesto, la camisa filipina.

En el piso, entre las pantuflas ordenadas, zapatillas de correr y zapatos negros, bien pulidos, de cordones, están las botas vaqueras. Son de piel de serpiente, desgastadas y rayadas, puntiagudas y con espuelas de latón opaco, que evocan melenas con permanentemente ‘mullet’ y la canción ‘Achy Breaky Heart’. Cojo una por su asa con la punta de los dedos y frunzo el ceño al acercármela y sentir su olor. La vuelvo boca abajo y la golpeo contra la pared para desalojar cualquier araña roja. Doy un respingo cuando algo cae cerca de mis pies. Me agacho para verlo mejor. Es un trozo de papel, tal vez un recibo, doblado hasta quedar encorvado. Lo presiono con el dedo y luego lo recojo, sosteniéndolo a la luz después de abrirlo.

Pensé que las tirarías en un contenedor de Good Sammy’s. ¡Debiera darte vergüenza! Puse el mismo mensaje en ambas botas por si acaso. Entra al armario bajo la escalera (¡cuidado con el coco!). Verás una trampilla en el suelo que conduce al sótano. ¿Recuerdas a Mark? Eres inteligente, sé que lo decifrarás.

Suelto la bota y me apuro en bajar los escalones, acompañado por compañeros invisibles con cada eco. Abro la puerta del armario y me agacho para entrar. Hay una linterna sobre un estante vacío de vinos y la enciendo, aparto el cubo de palillos de tender y apunto su débil resplandor hacia el suelo. Através del polvo flotando en el aire puedo ver el enmarcado de una puerta en el suelo y una manija empotrada. Tiro de ella, sin resultado. Me enderezo, golpeándome la cabeza en la parte inferior de las escaleras.

‘¡Coño!’

Me apretujo para retroceder hacia la lavandería donde despliego el papel y lo leo mientras me froto la cabeza.

¿Recuerdas a Mark? Eres inteligente, así que sé que lo resolverás.

De nuevo miro hacia dentro y apunto la luz de la linterna. De repente, se apaga. Un manotazo la vuelve a encender. Me vuelvo a apretujar mientras me agacho, frotándome el chichón que protubera de mi cuero cabelludo. Alumbro con la luz moribunda al estante de vinos. Allí, fijado debajo del anaquel inferior, hay otro teclado.

¿Recuerdas a Mark?

Busco mi bolígrafo y mi libretilla de apuntes y escribo:

M A R K S E Y M O U R

13 1 18 11 15 5 25 13 15 21 18

Mark Seymour era, por supuesto, el cantante principal de ‘Hunters and Collectors’. Ingreso los números y pruebo la manija. Nada. Regreso al teclado y pruebo solo con SEYMOUR. Para entonces, mis piernas empiezan a entumecerse. Aún nada. Luego pruebo MSEYMOUR y escucho un chasquido sordo detrás de la puerta. Levanto la manija y veo una escalera estrecha que desciende hacia la oscuridad. Después de un momento, una luz fluorescente parpadea y se enciende en el sótano. Avanzo con cuidado por las escaleras donde me recibe un olor caliente y almizclado de alfombra sintética, computadoras y piel humana.

Es un estudio de sonido. Una gran mesa de mezcla y una pantalla plana de computadora están junto a la vitrina de la sala de grabación, que está vacía excepto por unos cuantos pedestales de micrófono desordenados, algunos cables y una cabina pequeña en el rincón más lejano, aparentemente para grabar voces. Las paredes están uniformemente cubiertas con espuma corrugada de color gris oscuro.

Me pregunto por qué el estudio está oculto. ¿Para evitar problemas con el consejo local, quizás? ¿Y por qué Frank nunca me dijo que tenía un estudio de grabación profesional?

Me acerco al monitor de la computadora que proyecta un protector de pantalla con la imagen de un reloj agitando unas alas, como si volara. Una nota adhesiva amarilla pegada en el borde dice:

Léeme Sobrino.

Presiono el ratón y el monitor se ilumina revelando una imagen de pantalla en blanco y negro de un Mark Seymour anguloso tomada en algún concierto a principios de los ochenta. En el centro veo un archivo llamado ‘LÉEME.txt’ y lo abro.

Bueno, has llegado hasta aquí Dan. Ahora ve al archivo Mis Documentos/Mi Música/Perfiles. ¿Sabes cómo hacerlo, verdad? Allí encontrarás una larga lista de ‘perfiles’ que tienen la extensión ‘exe’. Encuentra el más reciente y haz doble clic en él. Recuerda – haz clic en el perfil más reciente. Verás la fecha y hora a la derecha. ¡POR FAVOR NO LA CAGUES! Cuento contigo.

Después de abrir el archivo, me desplazo hasta el último perfil fechado el 04/12/13 11:55. Hago clic en él y aparece un reloj de arena. La pantalla se vuelve negra y una línea de texto dice:

Imprimiendo perfil 115504122013 al puerto local. Por favor espera...

Después de unos minutos, otra línea de texto aparece:

Impresión terminada. Presiona cualquier tecla para continuar.

Presiono la barra de espacios y vuelvo al archivo donde comencé. Por lo que veo, nada ha ocurrido.

Estoy a punto de hacer clic en el perfil nuevamente cuando escucho un leve crujido.

¿Qué fue eso?

Miro hacia arriba a los altavoces. (‘Son monitores, Dan’, solía decir Frank. ‘En ingeniería de sonido se llaman monitores.’)

Entonces, de reojo, veo movimiento en la sala de grabación. La puerta del cubículo de voces se abre. Y sale el tío Frank.

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